jueves, 24 de septiembre de 2020

 

 

PASAJE DE"LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (71)

CAPÍTULO V

El tío Caparras


.

.
...............................

Un «buenos días, don Matías», con que le saludó Josefa la del Epifanio, le devolvió al mundo real y le hizo recapacitar sobre qué estrategia concreta sería la adecuada para que el éxito coronara su empresa. Durante unos cuantos minutos más, su mente sopesó entre un acercamiento rápido e íntimo u otro distante y meramente protocolario, hasta que finalmente optó por actuar como las palomas que divisaba desde su casa. Las veía acercarse a beber en el abrevadero cercano al trinquete; volar de rama en rama, cerciorándose de la ausencia de peligro en cada aproximación, hasta conseguir su objetivo. Así haría él: visitas que en un primer momento fueran de contenido intranscendente, análisis posterior de la confianza del enfermo y, una vez ganada ésta en un diálogo sincero y confiado, surgirían de manera natural temas de mayor enjundia, entre los que tendrían cabida, los escatológicos.

Entrada la mañana, cuando calculó que Petra habría concluido con el arreglo de su señorito, abandonó el tocón desperezándose después, a cubierto de miradas indiscretas, tras un chopo centenario, y recorrió con paso decidido los escasos doscientos metros que le separaban de la casa de mi abuelo, con el sol dorándole la resuelta frente, mientras la sombra de sus brazos en la espalda sujetando el breviario, se deslizaba tras él sobre el asfalto de la carretera.

Llamó a la puerta por dos veces, por pura cortesía, y sin esperar respuesta se adentró en el comedor, donde encontró al abuelo sentado en una silla, con un echarpe sobre los hombros y el sombrero cubriéndole la cabeza. Tenía la radio puesta. Los ojos entornados delataban no estar prestando mucha atención a la melodía; sencillamente, estaba haciendo tiempo hasta la hora de las noticias, que le ponían al tanto de lo que ocurría en España y en el mundo, porque de lo que acaecía en el pueblo y su comarca, Petra le informaba puntualmente.

―¿Cómo le va, don Constantino? ―dijo el sacerdote en tono jovial.

Abriendo los ojos, el abuelo contestó sin vacilar:

―Jodido, muy jodido, don Matías. En llegando a viejo valemos menos que el burro del Pirracas que lleva más de un mes queriéndolo vender y no encuentra comprador.

―¡No compare usted! Para el Señor, toda criatura tiene un valor incalculable, porque para Él todos somos sus hijos.

―No se lo discuto ―apostilló el abuelo―, pero de un tiempo a esta parte, parece que se ha olvidado de mi existencia. Soy yo, más bien, el que se acuerda de Él cuando me vienen los escozores, y no precisamente para darle las gracias.

                                                                               .............................................

Fotografía de Santos Pintor Galán

                                                  

No hay comentarios:

Publicar un comentario