Presumiendo que en nuestra siguiente cita me
solicitaría más versos y mi capacidad de creación no daba para tanto, copié
poemas poco conocidos de Ronsard, Baudelaire
y Paul Claudel entre otros, modificándoles a posta para que el francés
no resultara tan perfecto. Ya me encargaría yo de retener la copia después de
leérselos para que no descubriera el engaño. Estando trabajando en tan ardua
tarea, madame Claudine me avisó de que una señorita me solicitaba por teléfono.
Era Giselle la que se encontraba al otro lado del hilo telefónico. Con voz
entrecortada me dijo:
—Perdona si he molestado a madame Claudine.
Cuando me diste su número de teléfono ya me advertiste que solo lo podía utilizar
para llamadas de emergencia, pero no puedo permanecer más tiempo en
silencio—Hizo un pausa para tomar aire—.”Älvago”, tu poema ha resultado ganador
y viene publicado en “Le Monde”. Ya he comprado varios ejemplares.
La noticia me aceleró el pulso e hizo que,
durante unos segundos permaneciera en silencio.
—“Álvago”, “Álvago”, escuché a Giselle,
preocupada.
—Oh, mon
Dieu! Me siento un hombre totalmente afortunado. Esto hay que celebrarlo.
¿Qué te parece si hago una excepción y el domingo en vez de componer versos
vamos a celebrarlo?
—¡Claro,
mon chéri, te espero en Le pont des
Arts a las doce. Ça te va bien?
—Me parece estupendo, Giselle. Allí estaré.
Madame Claudine no supo por qué grité nada más
colgar el teléfono y mucho menos cuando elevé su cuerpecito del suelo. Les espagnols sont un peu fous—pronunció
gesticulando, mientras agitaba sus piernas a escasa distancia del suelo.
Continuar con el inventado curso en la Sorbona,
me era cada vez más difícil de ocultar y mucho más hacer creer a Giselle que
los sábados y domingos eran sagrados para mí por dedicarlos por completo a
estudiar y componer versos. Por eso, decidí dar por concluida mi estancia en la
Sorbona, lo que llevaba consigo que a partir de ese momento debía cesar en mi
actividad laboral. Conociendo el mal carácter de Monsieur Albert, estaba
predispuesto a recibir cualquier contestación, por eso cuando al día siguiente
le comuniqué mi decisión de que a partir del domingo, por motivos personales,
no volvería a trabajar en el
restaurante, no me extrañó que respondiera:
—Alors, je
prépare le reglèment? Pense-y bien de
peur de le regretter—.Arguyó, monsieur Albert, acostumbrado a ser él el
autor de los despidos.
—Je l´ai
pensé très bien. L´esclavage a été aboli depuis longtemps—respondí
arrogante, seguramente con una mala pronunciación.
Liberado del compromiso laboral, eché cuentas y
comprobé que con el dinero que acababa de recibir y lo que conservaba, tenía
más que suficiente para pasar sin agobios el mes de mayo e incluso para
permitirme ciertos caprichitos. El primero de ellos sería invitar a comer a
quien tanto se había preocupado para presentar mi trabajo a tiempo.
El domingo, Giselle, se presentó
espectacularmente vestida. La temperatura se alió con ella para que su vestido
de estampado floral, hiciera de su cuerpo un jardín de primavera. Radiante,
corrió hacia mí en cuanto me divisó y con su acostumbrada pasión, no dejó
ninguna zona de mi cuello o cara sin besar. Además de entregarme tres
ejemplares de “Le Monde” en donde se publicaba mi poesía, extrajo de su
bolso-saco un trofeo que había comprado para mí con una inscripción que decía: Au poète qui n´a jamais mieux chanté Paris.
Abrazados caminamos hacía uno de los mejores restaurantes de Saint Denis.
La conversación que tuvimos después del café, fue altamente esclarecedora.
………………………………
No hay comentarios:
Publicar un comentario