domingo, 6 de septiembre de 2020

     

 


PARÍS. OH, LÀ LÀ! (11)

 

 

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Tras despedirnos, la dulce sensación de aquel beso permaneció en mi mejilla durante mucho tiempo. A diario, pasaba mi mano por el lugar exacto en que ella posara sus labios, intentando revivir la suprema voluptuosidad de su gesto y preguntándome si la podría sentir de nuevo.

Pienso que a ella debió de ocurrirle algo parecido, pues cuando al jueves siguiente me presenté en “Les Desux Magots”, Giselle me estaba esperando y, haciéndome señas, me indicó que no me despojara del abrigo.

—Tengo una excelente noticia que comunicarte. Quizás lo mejor será que paseemos mientras te la cuento—.Me dijo, tomándome de la mano y empujándome literalmente hacia el exterior.

Giselle había sustituido su atuendo en tonos beige de la semana anterior por otro en el que los azules se combinaban con gusto exquisito. Una  pañoleta, con predominio de amarillos, envolvía sus hombros y se anudaba sobre el lado izquierdo de la cabeza, resaltando  el azul marino de una estilosa cazadora de botonadura lateral. Cubría la cabeza con una boina celeste por la que trataban de escaparse rizos dorados.

—¿Tan importante es lo que tienes que decirme?—pregunté inquieto.

—Lo es, mon chéri. Me he enterado que hace algunas fechas, “Le Monde” ha convocado un Concurso poético para extranjeros cuya edad no supere los treinta años. El tema obligado es París y la extensión tiene un límite de veinticinco versos. Debes darte prisa, porque el plazo de presentación concluye el martes próximo.

—Eso es estupendo, Giselle. Suelo llevar siempre conmigo, anotaciones, versos sueltos que luego voy hilvanando para componer un poema. Si tuviera algo de tiempo y sobre todo si hubiera alguien que me los corrigiera…

—No problema, “Álvago”. Uno de mis profesores de ballet es español y lleva mucho tiempo en Francia. Él no se negará a traducir el poema si se lo pido. Ahora lo que debes hacer es poner en orden tus ideas y escribirlas. Buscaremos un lugar tranquilo dónde realizarlo.

Mi preciosa acompañante era un torbellino. Me resultaba difícil imaginar que en un cuerpo, aparentemente frágil, pudiera haber concentrada tanta energía. Cogidos de la mano me llevó a un lugar conocido por ella que estaba situado en el barrio Latino. “Les trois souhaits” reunía las características idóneas para poder concentrarse en un ambiente en el que los susurros de parejas enamoradas apenas molestaban, Unas veces recordando, y otras, perdiéndome en los ojos de Giselle, si quería expresar belleza, fui componiendo versos animado por mi compañera que, de vez en cuando, acariciaba mi nuca o me atraía besándome cuando le apetecía. En ocasiones, pícaramente, la miraba pensativo como si estuviera falto de ideas, para que ella volviera a besarme y, satisfecho, volvía a la tarea. Un par de sándwich fue nuestro único alimento en las cuatro horas en las que permanecimos en el local, hasta que consideré que la obra estaba concluida.

Como dos tortolitos caminamos por calles y Avenidas hasta alcanzar la Plaza del Trocadero. Teniendo como fondo la Torre Eiffel, nos besamos acaloradamente y, hambrientos de comida y de deseo, Giselle me sugirió su apartamento para reponer fuerzas. En apenas cuarenta metros cuadrados dimos rienda suelta a nuestra pasión difícilmente contenida para no llamar la atención por la calle. Cuando conseguimos apaciguarnos, Giselle preparó una frugal cena y continuamos riendo y charlando hasta que la noche tejió sobre el cielo de París su manto estrellado.

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