PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (79)
CAPÍTULO XI
La Tertulia
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El mes de mayo y, consecuentemente también el
curso, tocaban a su fin. El distanciamiento con mi padre era evidente. Mi madre
me recriminaba que no pusiera más de mi parte para que la relación con mi
progenitor se normalizase. Sin embargo, cuando realizaba algún pequeño gesto de
acercamiento, él dirigía su atención a mis hermanos, unas veces para
interesarse por los preparativos que llevaba consigo la inminente marcha de
Margarita al Castillo de la Mota ―en dónde debía realizar el Servicio Social―,
y otras veces, las más, para alabar el comportamiento y la actitud responsable
de Tinín, que no se cansaba de traer sobresalientes en todas las asignaturas.
Ante este panorama, yo deambulaba por las habitaciones como un fantasma
incorpóreo o me encerraba en mi cuarto a estudiar, leer y, en la mayoría de los
casos, a componer mis poemas.
Una mañana de junio tuve la satisfacción de
comprobar, al recoger mis notas finales, que había conseguido aprobar todas las
asignaturas, incluida la Lengua Castellana. Lleno de gozo, se las presenté a mi
padre, que por todo comentario exclamó:
―¡Aprobados raspados y gracias! ¡Qué vergüenza!
¡Bien podías tomar ejemplo de tu hermano! ¡Rimador de poemillas!
Mi madre, muy al contrario, me felicitó por las
calificaciones obtenidas y, a escondidas de mi padre, me dio veinticinco
pesetas para compensar de alguna manera el trato de favor dispensado a Tinín,
que abrazaba, como si de una joya se tratara, un reluciente balón de
reglamento.
Fue por esas fechas cuando, un buen día, apareció
Petra en el comedor, bañada en lágrimas, llevando en sus manos una misiva.
―¡Madre del Amor Hermoso! ―comenzó exclamando―.
¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia! Me ha escrito la Remigia y me cuenta que mi
cuñada, la diabla, se ha roto una
pierna y no hace sino preguntar por mí. ¡Hay que amolarse con la vida que me
dio cuando vivía con ella! Ahora me manda recao diciendo que la perdone. ¿Y qué
tiene que hacer una? ―dijo, sorbiéndose los mocos―. Me tendré que agavillar,
agachar las orejas y asistir a esa desgraciada. A todos los curas que estuvon
en el pueblo les tengo oído decir que hay que perdonar y una es mu cristiana y
tendré que ir a asistirla. No quiero que en después de lo jodida que he estao
en esta vida a luego lo pase también mal en la otra―. Se restregó la cara con
el pañuelo y continuó, más serena, dando explicaciones, intentando justificar
su marcha―. Yo, de todas formas, señoritos, ya me tenía pensado irme pal Cubo
en cualquier momento, porque aquí el aire que se respira no es tan puro.
Desotro día, cuando me miré en el espejo y me vi disfrazada de doncella con un
trapo en la cabeza, dije para mis adentros que esos avíos no estaban hechos
para mí. Ni tampoco el lujo que me rodea. A fuerza de hacer mis necesidades
sentada y no en cuclillas, que es como se tiene que hacer, me se ha ido la
agilidad que tenía en las pantorras y hay días que en la cama no me puedo
aguantar de los dolores que me bajan hasta las canillas. Mañana o cuando sea,
me voy al pueblo. En habiendo cuatro garbanzos que llevarse a la boca, yo me
apaño. Con una buena gamella para lavar la ropa y los cacharros, me sobra; y
con un balde para limpiarse lo que una mujer tiene que tener aseao, es más que
suficiente. Ahora que vamos pal buen tiempo si la diabla me da guerra, con salirme a la puerta ya me llega el olor
de los jarales del Cubeto, y si se pone pesada y me grita, cojo el hato y me
voy al pinar de Izcala a recoger espárragos trigueros. Mi madre los tomaba para
limpiarse el riñón y aluego orinaba a chorro. Después, Dios dirá, que es el que
siempre dice, qué hará con lo poquito que me va quedando de vida.
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