domingo, 20 de junio de 2021

 PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN                                          JOVEN POETA" (79)

CAPÍTULO XI

La Tertulia

 

 

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El mes de mayo y, consecuentemente también el curso, tocaban a su fin. El distanciamiento con mi padre era evidente. Mi madre me recriminaba que no pusiera más de mi parte para que la relación con mi progenitor se normalizase. Sin embargo, cuando realizaba algún pequeño gesto de acercamiento, él dirigía su atención a mis hermanos, unas veces para interesarse por los preparativos que llevaba consigo la inminente marcha de Margarita al Castillo de la Mota ―en dónde debía realizar el Servicio Social―, y otras veces, las más, para alabar el comportamiento y la actitud responsable de Tinín, que no se cansaba de traer sobresalientes en todas las asignaturas. Ante este panorama, yo deambulaba por las habitaciones como un fantasma incorpóreo o me encerraba en mi cuarto a estudiar, leer y, en la mayoría de los casos, a componer mis poemas.

Una mañana de junio tuve la satisfacción de comprobar, al recoger mis notas finales, que había conseguido aprobar todas las asignaturas, incluida la Lengua Castellana. Lleno de gozo, se las presenté a mi padre, que por todo comentario exclamó:

―¡Aprobados raspados y gracias! ¡Qué vergüenza! ¡Bien podías tomar ejemplo de tu hermano! ¡Rimador de poemillas!

Mi madre, muy al contrario, me felicitó por las calificaciones obtenidas y, a escondidas de mi padre, me dio veinticinco pesetas para compensar de alguna manera el trato de favor dispensado a Tinín, que abrazaba, como si de una joya se tratara, un reluciente balón de reglamento.

Fue por esas fechas cuando, un buen día, apareció Petra en el comedor, bañada en lágrimas, llevando en sus manos una misiva.

―¡Madre del Amor Hermoso! ―comenzó exclamando―. ¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia! Me ha escrito la Remigia y me cuenta que mi cuñada, la diabla, se ha roto una pierna y no hace sino preguntar por mí. ¡Hay que amolarse con la vida que me dio cuando vivía con ella! Ahora me manda recao diciendo que la perdone. ¿Y qué tiene que hacer una? ―dijo, sorbiéndose los mocos―. Me tendré que agavillar, agachar las orejas y asistir a esa desgraciada. A todos los curas que estuvon en el pueblo les tengo oído decir que hay que perdonar y una es mu cristiana y tendré que ir a asistirla. No quiero que en después de lo jodida que he estao en esta vida a luego lo pase también mal en la otra―. Se restregó la cara con el pañuelo y continuó, más serena, dando explicaciones, intentando justificar su marcha―. Yo, de todas formas, señoritos, ya me tenía pensado irme pal Cubo en cualquier momento, porque aquí el aire que se respira no es tan puro. Desotro día, cuando me miré en el espejo y me vi disfrazada de doncella con un trapo en la cabeza, dije para mis adentros que esos avíos no estaban hechos para mí. Ni tampoco el lujo que me rodea. A fuerza de hacer mis necesidades sentada y no en cuclillas, que es como se tiene que hacer, me se ha ido la agilidad que tenía en las pantorras y hay días que en la cama no me puedo aguantar de los dolores que me bajan hasta las canillas. Mañana o cuando sea, me voy al pueblo. En habiendo cuatro garbanzos que llevarse a la boca, yo me apaño. Con una buena gamella para lavar la ropa y los cacharros, me sobra; y con un balde para limpiarse lo que una mujer tiene que tener aseao, es más que suficiente. Ahora que vamos pal buen tiempo si la diabla me da guerra, con salirme a la puerta ya me llega el olor de los jarales del Cubeto, y si se pone pesada y me grita, cojo el hato y me voy al pinar de Izcala a recoger espárragos trigueros. Mi madre los tomaba para limpiarse el riñón y aluego orinaba a chorro. Después, Dios dirá, que es el que siempre dice, qué hará con lo poquito que me va quedando de vida.

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