jueves, 11 de noviembre de 2021

 

SUEÑOS INEFABLES

 

 

La luz hirió mis las pupilas, me arrugó el entrecejo y desató una serie de desagradables sensaciones que traté de evitar cambiando de postura. ¡Vano intento! El cuerpo no me obedecía. Angustiado, comencé a escuchar ruidos de máquinas, trasiego de pasos  y largos silencios hasta que una cabeza totalmente cubierta de protecciones plásticas, después de contemplarme unos instantes, pronunció con voz femenina:"¡Venid, venid, el paciente de la 2 ha recobrado el conocimiento!".

La voz me irritó hasta el punto que intenté cerrar los ojos de nuevo y sumergirme en el inefable sueño del que acaba de despertarme. En él todo era placidez. Deambulaba por espacios siderales ingrávido, ascendía y descendía a mi antojo entre dulces melodías y colores cambiantes extraordinariamente atractivos que me hacían sentir dichoso aunque nunca conseguía alcanzar un "algo" excelso y atrayente en el que creía se encontraba la felicidad completa. "¡Abre los ojos, José!" fue la siguiente voz que escuché, esta vez imperativa y masculina, mientras que cuatro o cinco figuras totalmente embutidas en equipamientos plásticos se arremolinaban ante mí ocultándome la visión del techo.

En un continuo trasiego de idas y venidas de seres que deduje que eran personal sanitario, fueron discurriendo las siguientes horas en las que me fui acostumbrando a la luz, a los sonidos y también comprobando con inmensa alegría, cómo podía mover ligeramente la cabeza. ¿Qué hacía yo allí? ¿Cuál era la causa de que me encontrara privado de libertad, encerrado en la cárcel de mi cuerpo? Eran las preguntas que bullían en mi mente, que mi boca no podía pronunciar y de las que, naturalmente,  no obtenía respuesta alguna.

Transcurrido un tiempo, la voz de una mujer madura con indumentaria diferente a la de las anteriores ,  me dijo: "¡Hola, cariño! ¿Qué tal estás? Soy Amparo". No entendí nada. Amparo coincidía con el nombre de mi mujer, pero era evidente que esta otra la estaba suplantando. Su voz no se correspondía con la de una treinteañera. Minutos más tarde, cuando dos jóvenes, varón y mujer exclamaron: "!Papá!", entre sollozos, comprendí que mi viaje sideral que apenas había durado un instante, se correspondía con varios años de existencia terrenal, pues recordaba a Marta y a Luis en el jardín de infancia.

Poco a poco y en días sucesivos, fui recordando hechos y lugares. Ayudado por especialistas,  recobré el habla y la movilidad de mis miembros progresó de tal manera que era capaz de realizar acciones concretas y valerme por mí mismo. En el proceso de regresión pude recordar  aquel fatídico día en el que el resbaladizo asfalto me hizo perder el control del coche hasta quedar deslumbrado por una potente luz... y luego, nada.

Hoy, casi totalmente recuperado, me siento feliz con mi familia. Soy un hombre seguramente más activo que cualquiera de mi edad, quizás en un oculto deseo de recuperar como Marcel Proust, el tiempo perdido y medito con frecuencia, pensando que algún día tal vez pueda alcanzar ese "algo" que iluminaba mis inefables sueños y que parecía contener la felicidad completa.

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