SUEÑOS INEFABLES
La luz hirió mis las pupilas, me arrugó el entrecejo
y desató una serie de desagradables sensaciones que traté de evitar cambiando
de postura. ¡Vano intento! El cuerpo no me obedecía. Angustiado, comencé a
escuchar ruidos de máquinas, trasiego de pasos
y largos silencios hasta que una cabeza totalmente cubierta de
protecciones plásticas, después de contemplarme unos instantes, pronunció con
voz femenina:"¡Venid, venid, el paciente de la 2 ha recobrado el
conocimiento!".
La voz me irritó hasta el punto que intenté cerrar
los ojos de nuevo y sumergirme en el inefable sueño del que acaba de
despertarme. En él todo era placidez. Deambulaba por espacios siderales ingrávido,
ascendía y descendía a mi antojo entre dulces melodías y colores cambiantes
extraordinariamente atractivos que me hacían sentir dichoso aunque nunca
conseguía alcanzar un "algo" excelso y atrayente en el que creía se
encontraba la felicidad completa. "¡Abre los ojos, José!" fue la siguiente
voz que escuché, esta vez imperativa y masculina, mientras que cuatro o cinco
figuras totalmente embutidas en equipamientos plásticos se arremolinaban ante
mí ocultándome la visión del techo.
En un continuo trasiego de idas y venidas de seres
que deduje que eran personal sanitario, fueron discurriendo las siguientes
horas en las que me fui acostumbrando a la luz, a los sonidos y también
comprobando con inmensa alegría, cómo podía mover ligeramente la cabeza. ¿Qué
hacía yo allí? ¿Cuál era la causa de que me encontrara privado de libertad,
encerrado en la cárcel de mi cuerpo? Eran las preguntas que bullían en mi
mente, que mi boca no podía pronunciar y de las que, naturalmente, no obtenía respuesta alguna.
Transcurrido un tiempo, la voz de una mujer madura
con indumentaria diferente a la de las anteriores , me dijo: "¡Hola, cariño! ¿Qué tal estás?
Soy Amparo". No entendí nada. Amparo coincidía con el nombre de mi mujer,
pero era evidente que esta otra la estaba suplantando. Su voz no se
correspondía con la de una treinteañera. Minutos más tarde, cuando dos jóvenes,
varón y mujer exclamaron: "!Papá!", entre sollozos, comprendí que mi
viaje sideral que apenas había durado un instante, se correspondía con varios
años de existencia terrenal, pues recordaba a Marta y a Luis en el jardín de
infancia.
Poco a poco y en días sucesivos, fui recordando
hechos y lugares. Ayudado por especialistas,
recobré el habla y la movilidad de mis miembros progresó de tal manera
que era capaz de realizar acciones concretas y valerme por mí
mismo. En el proceso de regresión pude recordar aquel fatídico día en el que el resbaladizo
asfalto me hizo perder el control del coche hasta quedar deslumbrado por una
potente luz... y luego, nada.
Hoy, casi totalmente recuperado, me siento feliz con
mi familia. Soy un hombre seguramente más activo que cualquiera de mi edad,
quizás en un oculto deseo de recuperar como Marcel Proust, el tiempo perdido y
medito con frecuencia, pensando que algún día tal vez pueda alcanzar ese
"algo" que iluminaba mis inefables sueños y que parecía contener la
felicidad completa.
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