jueves, 20 de enero de 2022

 

PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (85)

 

 

 

 

CAPÍTULO VI

El cursillo de verano

 

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―Eso ya lo aclararé cuando hablemos otro día de los santos españoles, pero lo que parece evidente es que el dedo invisible de Dios guía la vida de nuestro Caudillo ―concluyó, entornando los ojos.

 Esta respuesta decía mucho de la habilidad dialéctica del profesor que, sin darnos cuenta, como un hábil prestidigitador, se había sacado de la manga un santo brazo y un dedo divino.

 A continuación, don Lucio, visiblemente emocionado, nos propuso, como tenía por costumbre al terminar la introducción, un ejercicio práctico de sus enseñanzas, por lo que, elevando el tono de voz, nos dijo:

―Ahora lo que vamos a hacer es conocer de una manera visual la geografía de nuestra patria, y cómo en ella se desarrollaron los acontecimientos más relevantes de nuestra reciente historia; para ello recoged de la huerta piedras del tamaño de un puño y haced un montón con ellas. ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Todos a trabajar! ―ordenó don Lucio, poniéndose en pie.

Mientras don Lucio se abanicaba con el sombrero, sin salirse de la sombra de la higuera, los demás nos afanamos durante un buen rato recogiendo piedras de diverso tamaño, contando los más afortunados con la ayuda de rastrillos. Cuando don Lucio calculó que ya habíamos doblado suficientemente el espinazo, se despojó de la chaqueta y comenzó a colocar las piedras de manera que, en poco tiempo, quedó dibujado el contorno de la Península. Otros cantos a la derecha indicaban las islas Baleares, dos más al sur, eran Ceuta y Melilla, y abajo a la izquierda unos cuantos pedruscos eran indicativos de las islas Canarias.

―Desde aquí ―dijo don Lucio, queriendo señalar Melilla― se declaró el estado de guerra contra las hordas republicanas. ―A continuación, girándose con una velocidad endiablada, señaló las islas Canarias, y continuó diciendo―: Franco, que entonces era gobernador militar de las islas, tomó las riendas de la gloriosa Cruzada y justamente en Salamanca, a escasos treinta kilómetros de donde nos encontramos ―enfatizó, situando un pedrusco en el noroeste del perímetro que indicaba la Península― fijó su cuartel general, que llevaría pocos meses después a Burgos ―dijo, colocando otro canto al norte del recinto perimetral.

Como si el acarreo y distribución de piedras le hubiera ocasionado un gran cansancio, don Lucio se dejó caer exhausto sobre el sillón, al tiempo que terminaba su exposición añadiendo:

―¿Sois conscientes ahora del orgullo que debemos sentir, como españoles primero y como castellanos después, que páginas tan brillantes de nuestro acaecer hayan tenido lugar muy cerca de donde nos encontramos? ¿Sabremos corresponder algún día con nuestro esfuerzo personal, y si fuera necesario con nuestra propia vida, al derroche de generosidad que para nosotros tuvo y sigue teniendo nuestro Caudillo?

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