PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (85)
CAPÍTULO VI
El cursillo de verano
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―Eso ya lo aclararé cuando
hablemos otro día de los santos españoles, pero lo que parece evidente es que
el dedo invisible de Dios guía la vida de nuestro Caudillo ―concluyó, entornando
los ojos.
Esta respuesta decía mucho de la habilidad
dialéctica del profesor que, sin darnos cuenta, como un hábil prestidigitador,
se había sacado de la manga un santo brazo y un dedo divino.
A continuación, don Lucio, visiblemente
emocionado, nos propuso, como tenía por costumbre al terminar la introducción,
un ejercicio práctico de sus enseñanzas, por lo que, elevando el tono de voz,
nos dijo:
―Ahora lo que vamos a hacer es
conocer de una manera visual la geografía de nuestra patria, y cómo en ella se
desarrollaron los acontecimientos más relevantes de nuestra reciente historia;
para ello recoged de la huerta piedras del tamaño de un puño y haced un montón
con ellas. ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Todos a trabajar! ―ordenó don Lucio, poniéndose en
pie.
Mientras don Lucio se abanicaba
con el sombrero, sin salirse de la sombra de la higuera, los demás nos afanamos
durante un buen rato recogiendo piedras de diverso tamaño, contando los más
afortunados con la ayuda de rastrillos. Cuando don Lucio calculó que ya
habíamos doblado suficientemente el espinazo, se despojó de la chaqueta y
comenzó a colocar las piedras de manera que, en poco tiempo, quedó dibujado el
contorno de
―Desde aquí ―dijo don Lucio,
queriendo señalar Melilla― se declaró el estado de guerra contra las hordas
republicanas. ―A continuación, girándose con una velocidad endiablada,
señaló las islas Canarias, y continuó diciendo―: Franco, que entonces era gobernador militar de las islas, tomó las riendas de
Como si el acarreo y
distribución de piedras le hubiera ocasionado un gran cansancio, don Lucio se
dejó caer exhausto sobre el sillón, al tiempo que terminaba su exposición añadiendo:
―¿Sois conscientes ahora del
orgullo que debemos sentir, como españoles primero y como castellanos después,
que páginas tan brillantes de nuestro acaecer hayan tenido lugar muy cerca de
donde nos encontramos? ¿Sabremos corresponder algún día con nuestro esfuerzo
personal, y si fuera necesario con nuestra propia vida, al derroche de
generosidad que para nosotros tuvo y sigue teniendo nuestro Caudillo?
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