SEGUNDAS OPORTUNIDADES
En el vestíbulo, ante una gran espejo, se miró y,
como si hablara con su imagen, pronunció: "Estás muy guapa". Volvió a
atusarse el cabello por enésima vez, esparciendo la fragancia con la que,
generosamente, se había perfumado minutos antes. Otra vez, volvió a mirarse,
esta vez de puntillas, complaciéndose al comprobar que había adelgazado y que
sus curvas se ajustaban a los cánones de belleza actuales. Pensó que Álex
caería rendido a sus pies en cuanto la viera. Comprobó que el abrigo camel
conjuntaba con el color de la entreabierta blusa y al darse cuenta de que se
evidenciaba el nacimiento de los pechos, corrió precipitadamente a su cuarto en
busca de un pañuelo a juego en tonos verdes que, anudado al cuello,
ocultara momentáneamente, sus encantos.
Otra cosa sería cuando en el restaurante, despojada del abrigo y con el pretexto
del calor ambiental, anudara el pañuelo al bolso. Lo haría como algo natural,
sabiendo de antemano que la mirada de Álex
se deslizaría desde su cara hasta el colgante situado a un palmo de la garganta.
Antes de salir, le pareció imprescindible retocarse los labios, haciendo
después con la boca, muecas de imaginarios besos.
Ya en la calle, pensó lo que Álex suponía para ella.
Hacía cuatro años que de manera casual se conocieron en una reunión de trabajo
y desde entonces, se gustaron y se amaron iniciando una relación que parecía
ser eterna. Tal vez los roces derivados de la convivencia, los celos infundados
o las vanas discusiones socavaron aquel mundo imaginado, idílicamente
indestructible, que se fue deteriorando hasta que la separación se hizo
inevitable.
Sin embargo, después de la ruptura, no conseguía
olvidar la mirada penetrante de su novio, su torpeza cuando por primera vez la
tomó de la mano y mucho menos el temblor de los labios, cuando en la oscuridad
de la sala de proyección, se besaron por vez primera. Los momentos felices
superaban con creces los de desavenencias y pensó que habían tomado una
decisión precipitada y errónea.
Lo amaba, pero el orgullo le impedía llamarle por
teléfono. Conocía a Álex y suponía que a él le debía estar sucediendo algo
similar. Una mañana de enero, recordó los regalos que se intercambiaban en años
anteriores y sin pensárselo dos veces le llamó.
—Álex, soy Mamen, ¿qué tal estás?
—Sobrevivo, pero te echo mucho de menos.
—A mí me ocurre exactamente lo mismo. No hay día en
que no piense en ti.
—Te agradezco que hayas dado el primer paso. Yo no
encontraba fuerzas para hacerlo.
—Somos un par de estúpidos, ¿no crees?
—Lo somos, por eso deberíamos darnos una segunda
oportunidad. ¿Qué te parece si vamos a comer a nuestro restaurante favorito?
—Me parece una idea maravillosa. Me arreglo y nos
vemos en el lugar de siempre.
—De acuerdo, cariño. A las dos te esperaré impaciente.
—Allí estaré. Besos.
Hacía mucho frío pero la ilusión transmitía a Mamen
una plácida sensación, cuando caminaba con paso firme hacia la felicidad.
Somos seres imperfectos y frágiles. A veces el orgullo es la mayor traba para cambiar nuestro destino. Feliz domingo. Un abrazo.
ResponderEliminarOrgullo y amor son incompatible, María José. La humildad nos ayudará a reconocernos tal como somos y, desde ahí, poder construir una relación basada en el amor y en la mutua aceptación del otro. Gracias por tu comentario. Feliz inicio de semana. Abrazos.
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