PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (86)
CAPÍTULO VI
El cursillo de verano
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Un silencio sepulcral nos
invadió a todos. A mí, personalmente, no me hizo ninguna gracia que, para ser
el primer día de cursillo, ya se me propusiera dar mi vida a las primeras de
cambio por Franco y su causa, por muy noble que fuera ésta y por
extraordinario que resultara ser el personaje al que tanto ponderaban don Lucio y mi padre y del que yo sólo conocía su perfil troquelado en
níquel o cobre en las escasas monedas que pasaban por mis manos.
No tuve tiempo para más
reflexiones porque todo mi cuerpo se convulsionó al oír por boca de don Lucio
un grito marcial, seco y cortante, que ahuyentó los pardales de la higuera.
«¡Viva España!» clamó en pie,
brazo en alto, respondido al instante por los asistentes con un eléctrico
«¡Viva!»
Con los pardales a buen
recaudo, «¡Viva Franco!» obtuvo la misma contundente
respuesta, salida de las juveniles gargantas a punto de desgañitarse. Tras lo
cual, con la vista clavada en el limpio cielo, entonamos las estrofas del himno
nacional: «¡Viva España! Alzad los brazos hijos del pueblo español…» cantábamos
a pleno pulmón con gran contento de don Matías, que acababa de
llegar de sus quehaceres religiosos. Como si no se hubiera rendido suficiente
homenaje a la patria, acto seguido entonamos el inevitable «Cara al sol, con la
camisa nueva…» que por repetido, parecían conocer las tapias del huerto, por el
modo en que rebotaban en sus muros las estrofas. Al concluir el himno, con
España, paradójicamente, empezando a amanecer al mediodía, don Matías nos
bendijo como si fuéramos a combatir aquella misma mañana contra los enemigos
del suelo patrio, a la par que nos indicaba:
―Llevaos las piedras que han
señalado los límites de nuestra querida nación y depositadlas lejos del pueblo,
o el que lo prefiera, que las guarde en su patio como recuerdo de tan
inolvidable jornada.
Al despedirnos, don Matías
quiso tener una atención con nosotros y nos preguntó;
―¿Habéis aprendido mucho?
Para continuar diciéndonos acto
seguido:
―Con don Lucio y otros días
conmigo, estaréis a un mismo tiempo instruidos y entretenidos. El tiempo que
Dios nos concede a cada uno debe ser invertido en avanzar en el conocimiento de
―Que da sombra, ya lo veo ―dijo
Jeremías en tono displicente― pero, ¿llegaré a tiempo de comer este año algún
higo?
―Querido Jeremías ―respondió
don Matías, meneando la cabeza― si leyeras con más asiduidad los Evangelios,
encontrarías un texto en el que se dice que uno es el que siembra y otro el que
recoge.
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