jueves, 9 de junio de 2022



 

PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (88)

CAPÍTULO VI

El cursillo de verano

 

 

 

Unos metros más adelante, al pasar delante del corralón de Cirilo, el Alpargata, Jeremías tuvo la brillante idea de deshacernos del lastre de piedras que nos impedían andar con soltura.

―Estas piedras señalaban el contorno de Valencia y de Alicante, si las dejamos aquí le haremos un favor al Alpargata, porque cuando abra la puerta del corral, podrá ver el Mediterráneo sin tener que viajar ―dijo Jeremías, tronchándose de risa, y añadió―: eso sí, que tenga cuidado, no se le ahogue alguna vaca ―y continuó riéndose mientras se alejaba saltando y corriendo.

A mí, durante la descarga me temblaron las piernas imaginando algún ojo oculto contemplando la fechoría, pero me respondieron bien cuando, al depositar el último canto, corrí tras mi primo hacia donde se encontraba el tío Caparras, sentado como siempre en el banco de piedra, desde el que se dominaba la Plaza.

El buen hombre, que había seguido sin perder detalle la trastada, nos hizo sitio a su lado, rió con nosotros la ocurrencia y comentó:

―Le está bien empleado al Alpargata. Así se dará cuenta de que a un peluquero también se le puede tomar el pelo. Ahora que no necesito ir a la barbería, a veces cuando le veo, me acuerdo de la gamberrada que le hicimos antaño y le digo: Cirilo, ¿ya has encontrado el gato? Y el muy cabrón me contesta entre dientes diciendo no sé qué de mis muertos…

Cuando cesaron las risas, el tío Caparras, nos habló como si él mismo hubiera asistido a la charla del cursillo.

―¿Qué? ¿Otra vez os hablaron de Franco? ―preguntó, y continuó diciendo―: Hoy pintan bastos, mañana copas y «desotro» día puede que oros o espadas, y al cabo de un tiempo a barajar de nuevo. La política da vueltas como un tiovivo y sólo aciertan los que se suben al carrusel en el momento oportuno. Para ellos el país va bien si a ellos les va mejor. Pasó con la Monarquía, pasó con la República y ahora pasa con Franco. Gracias a Dios, a mí los cambios no me afectan para nada, porque mande Pedro o mande Juan, lo mismo antes que ahora, cuando vienen ofreciéndome dos perras por mi sudor, me doy la media vuelta y les dejo plantados ―dijo colocándose la boina―. Hoy por hoy puedo presumir de ser libre. Mi imaginación es un pájaro que vuela cuando quiere y se detiene en la rama que le apetece; con un poco de alpiste me mantengo y así, no teniendo muchas pretensiones, veo el transcurrir de mi vida y la de los demás con sosiego. La piedra en la que me aposento es mi trono o si queréis, el confesionario en el que escucho los afanes de todo el que quiere hacerme un rato de compañía, y os digo sin petulancia que todos, absolutamente todos, ni están más sanos ni son más felices que yo, que no tengo nada. ¡Si yo os contara! Pero ya os he dicho que esto ―dijo señalando el asiento― es como un confesionario y no debo difundir secretos. Lo que sí que quiero hacer es aconsejaros para que no os dejéis adoctrinar, porque lo importante es que en el futuro seáis dueños de vuestro propio destino: llegar a ser lo que quisisteis ser de jóvenes; por eso a ti ―dijo volviéndose hacia Jeremías― te recomiendo que cuando venga tu tío Andrés, le pidas irte con él a Francia. Allí encontrarás un porvenir lejos del ambiente y de las envidias de este pueblo, y tendrás ocasión de conocer otra cultura y otra mentalidad, y cuando seas mayor no rebuznarás como muchos de aquí, que piensan que el reloj que mejor da las horas es el del ayuntamiento de este pueblo.

 

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