PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (88)
CAPÍTULO
VI
El
cursillo de verano
Unos metros más adelante, al
pasar delante del corralón de Cirilo, el Alpargata, Jeremías tuvo la brillante
idea de deshacernos del lastre de piedras que nos impedían andar con
soltura.
―Estas piedras señalaban el
contorno de Valencia y de Alicante, si las dejamos aquí le haremos un favor al
Alpargata, porque cuando abra la puerta del corral, podrá ver el Mediterráneo
sin tener que viajar ―dijo Jeremías, tronchándose de risa, y añadió―: eso sí,
que tenga cuidado, no se le ahogue alguna vaca ―y continuó riéndose mientras se
alejaba saltando y corriendo.
A mí, durante la descarga me
temblaron las piernas imaginando algún ojo oculto contemplando la fechoría,
pero me respondieron bien cuando, al depositar el último canto, corrí tras
mi primo hacia donde se encontraba el tío Caparras, sentado como siempre en el
banco de piedra, desde el que se dominaba
El buen hombre, que había
seguido sin perder detalle la trastada, nos hizo sitio a su lado, rió con
nosotros la ocurrencia y comentó:
―Le está bien empleado al
Alpargata. Así se dará cuenta de que a un peluquero también se le puede tomar
el pelo. Ahora que no necesito ir a la barbería, a veces cuando le veo, me
acuerdo de la gamberrada que le hicimos antaño y le digo: Cirilo, ¿ya has
encontrado el gato? Y el muy cabrón me contesta entre dientes diciendo no sé
qué de mis muertos…
Cuando cesaron las risas, el
tío Caparras, nos habló como si él mismo hubiera asistido a la charla del
cursillo.
―¿Qué? ¿Otra vez os hablaron de
Franco? ―preguntó, y continuó diciendo―: Hoy pintan bastos, mañana copas y
«desotro» día puede que oros o espadas, y al cabo de un tiempo a barajar de
nuevo. La política da vueltas como un tiovivo y sólo aciertan los que se suben
al carrusel en el momento oportuno. Para ellos el país va bien si a ellos les
va mejor. Pasó con
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