jueves, 16 de junio de 2022

 

PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (88)

CAPÍTULO XII

La Tolerancia

 

 

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Me sonreí al oír su comentario y me tomé la libertad de responderle con una broma: “En ese caso, compraré laurel para los dos, por si acaso resultara efectivo contra el reuma”. Una sonora carcajada retumbó en el pasillo cuando cerraba la puerta. Enardecido por los consejos recibidos, el golpeteo armónico de mis pies sobre la tarima de la escalera propició que ya imaginara mi primer verso, que escribí nada más traspasar el umbral de mi casa:

 

Nació Valladolid mecida por dos ríos...

 

En los días siguientes, haciendo caso a los consejos de don Julián, dedicaba buena parte de la mañana a estrujarme el cerebro, esperando la anhelada presencia de la inspiración. Al atardecer paseaba junto a Cécile, disfrutando del encanto de la ciudad, para de allí obtener nuevos motivos que incorporar a la composición. Un buen día, los nudillos de Tinín golpeando la puerta interrumpieron mis pensamientos y me anunciaron su presencia. No era muy frecuente que entre ambos hubiera un diálogo fluido, en parte, porque al ser Tinín tres años menor que yo, siempre había considerado que no tenía la capacidad suficiente para entablar conmigo una conversación interesante. Sin embargo, mi suficiencia no había advertido que, en poco tiempo, el pequeño de la casa había madurado de forma considerable. Siempre obediente a los dictados de mi madre, a los afectos de Margarita, a las caricias de tata Lola y a las indicaciones de mi padre, el muchacho concitaba en su persona todo el afecto familiar del que yo carecía, y en esos momentos se había erigido en el delfín de mi padre, llamado a sucederle un día al frente de la notaría. Esta facultad de estar a bien con todos le permitía conocer mucho antes que yo los dimes y diretes familiares, y aquella mañana venía dispuesto a contarme uno de ellos.

―¿Qué haces? ―me dijo a forma de entradilla―. Tengo que darte una buena noticia: ayer escuché sin querer una conversación que tuvieron papá y mamá sobre ti. Mamá le dijo a papá que había sido muy duro contigo y que debía dejarte hacer la carrera que quisieras. Al principio, papá criticó tu actitud y tu desobediencia, pero luego oí, entre el sonido de los besos, la voz cada vez más cariñosa de mamá diciéndole: “Cariño, si nuestro amor es tan grande, ¿por qué nos disgustamos por estas cosas?” Tras unos momentos de silencio algo debió de pasar, porque oí la voz de papá, musitando: “En la oreja ¡no! En la oreja ¡no!” hasta que al final, entre risas, comentó: “Pensándolo bien, si Núñez de Arce y Zorrilla tienen ya su calle, ¿por qué con el tiempo no puede haber otra del poeta Álvaro González-Hontañera?”. Después, cogidos de la mano se encerraron en su dormitorio y ya no pude escuchar más.

―Bien, chaval ―respondí―. Eso es una gran noticia. Me quitas un peso de encima. Tendré que esperar a ver en qué momento nuestro padre tiene a bien comunicármelo ―dije, imitando su peculiar forma de expresarse.

Esta respuesta hizo reír a Tinín, al que le sugerí, antes de que abandonara el cuarto:

―¿Quieres salir con Cécile y conmigo esta tarde?

―¡Naturalmente! ―contestó emocionado.

―De acuerdo. Procura estar listo para las siete ―le dije.

 Ya sabía yo que aquella tarde no podría besar a Cécile, pero estaba en deuda con mi hermano y la información justificaba mi sacrificio.

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Fotografía de la calle Núñez de Arce y casa donde nació el poeta. Valladolid.

 

2 comentarios:

  1. Agradable lectura. ¡Muchas felicidades, desde América Central!

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