domingo, 17 de marzo de 2024

 


CANCIÓN DE PRIMAVERA

 

 

 

Era primavera.

Mi amor tenía en su rostro

la sonrisa del agua cantarina,

en sus pómulos, irisaciones de ámbar;

su cuerpo, olores de fruta apetecible.

Los rayos del sol reflejándose en la trenza,

vestían de oro la mañana,

trasluciendo, a través de la blusa,

incipientes pechos nacidos

como brotes del árbol de la vida.

Trepaban en la genista los caracoles

y en la atmósfera flotaban sensaciones

de vida sin fin, de músicas celestiales

que sólo ella y yo escuchábamos

en el silencio de la pradera.

 

¿Eres feliz?—le preguntaba—,

antes de unir en cada beso nuestros labios.

Lo soy—me aseguraba—, entornando los ojos

y también el alma, intentando retener

los instantes más felices de la existencia.

 

Al igual que nuestro amor,

manaba de la fuente el agua

a borbotones, sin temor a agotarse.

Ni siquiera una nube se atrevió a manchar

el impoluto azul del cielo,

cuando sosteníamos la mirada.

Sin embargo, cuando una ráfaga

de viento frío alcanzó nuestros cuerpos,

instintivamente, nos fundimos en un abrazo.

 

Fue entonces cuando supe

que éramos sólo débiles cuerpos enamorados.

El cielo azul de primavera,

el agua cantarina,

y la fragancia embriagadora de su cuerpo,

no alejaron mi pesar,

porque aquella mañana comprendí,

que no seríamos eternos.

 

Fotografía de Nicolás Ventosa López


 

 

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