CANCIÓN DE PRIMAVERA
Era primavera.
Mi amor tenía en su rostro
la sonrisa del agua cantarina,
en sus pómulos, irisaciones de ámbar;
su cuerpo, olores de fruta apetecible.
Los rayos del sol reflejándose en la trenza,
vestían de oro la mañana,
trasluciendo, a través de la blusa,
incipientes pechos nacidos
como brotes del árbol de la vida.
Trepaban en la genista los caracoles
y en la atmósfera flotaban sensaciones
de vida sin fin, de músicas celestiales
que sólo ella y yo escuchábamos
en el silencio de la pradera.
¿Eres feliz?—le preguntaba—,
antes de unir en cada beso nuestros labios.
Lo soy—me aseguraba—, entornando los ojos
y también el alma, intentando retener
los instantes más felices de la existencia.
Al igual que nuestro amor,
manaba de la fuente el agua
a borbotones, sin temor a agotarse.
Ni siquiera una nube se atrevió a manchar
el impoluto azul del cielo,
cuando sosteníamos la mirada.
Sin embargo, cuando una ráfaga
de viento frío alcanzó nuestros cuerpos,
instintivamente, nos fundimos en un abrazo.
Fue entonces cuando supe
que éramos sólo débiles cuerpos enamorados.
El cielo azul de primavera,
el agua cantarina,
y la fragancia embriagadora de su cuerpo,
no alejaron mi pesar,
porque aquella mañana comprendí,
que no seríamos eternos.
Fotografía de
Nicolás Ventosa López
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