LA DULCE ESPERA
Cuando Sonsoles accedió al puesto de secretaria de
dirección, tras una reñida competencia, pensó que estaba tocada por la varita
mágica de la fortuna. Tenía tan solo veinte años, pero el empeño que puso en
sus estudios en la Escuela de Comercio y el dominio de varios idiomas obtenido
durante los veranos que pasó en varias naciones europeas, le aseguraron un currículo
lo suficientemente consistente como para conseguir un puesto de trabajo bien
remunerado con enormes posibilidades de ascender a otros de mayor
responsabilidad.
De cabello claro graciosamente recogido en la nuca,
unos ojos expresivos en un rostro agraciado y con una figura atrayente,
resultaba ideal para el trabajo a desempeñar, toda vez, que a sus múltiples
cualidades añadía un don de gentes con el empatizaba con cuantas personas
frecuentaban el despacho de su Jefe, Director General de una importante
Compañía Petrolera.
En el desempeño de su trabajo tuvo ocasión de
relacionarse con importantes empresarios, recibiendo de algunos de ellos
proposiciones para entablar relaciones sentimentales, pero ella, con una amplia
sonrisa, les rechazaba por no ajustarse al perfil del hombre soñado. Estaba
convencida de que esa persona tenía que existir y que en algún momento
aparecería ante ella para convertir en realidad su esperanza.
Cierto día conoció, durante su trabajo, a un
treintañero que era un modelo de pulcritud y elegancia. Comedido en el hablar,
sin hacer ostentación de sus conocimientos, rogó que le anunciara como Gunther
Slinken, Director de la filial alemana de la Compañía. Al momento, el rubor
enrojeció las mejillas de la muchacha y una sensación agradable y nunca
experimentada hasta entonces se apoderó de ella, hasta el punto de que sus
palabras salieron atropelladas de su boca cuando anunciaba telefónicamente a su
jefe la presencia del recién llegado.
¡Es él! ¡Es el hombre de mi vida!¬dijo para sí¬,
mientras se sentía embargada de felicidad.
Por suerte para ella, le encomendaron hacer de
anfitriona de Gunther, como solía ocurrir cuando un ilustre ejecutivo visitaba
la gran urbe y esto propició que entre ambos surgieran conversaciones de cierta
intimidad. Así supo que Gunther estaba pasando por un mal momento familiar,
pues su mujer padecía una terrible enfermedad, motivo por el cual, el
empresario, había solicitado la excedencia por un tiempo.
Con tan malos augurios se despidieron, no sin antes
intercambiarse los teléfonos. Sonsoles sufrió una tremenda decepción superada
por su inquebrantable espíritu de superación, aunque tuvo la sensación de que
un hipotético tren de la felicidad había pasado por su puerta sin detenerse.
Dos meses después, Gunther le comunicaba el
fallecimiento de su esposa y su inmediata incorporación al trabajo, no
descartando la posibilidad de reencontrarse con ella en cuanto le fuera
posible.
Esta noticia significó para Sonsoles la posibilidad
de creer que lo imposible podría concretarse y que aún era posible que el amor
soñado llamara por fin a su puerta. Desde entonces puso en marcha una
hipotética cuenta atrás que se detendría con la llegada de Gunther.
Comenzaba para ella el tiempo de la dulce espera.
La vida misma, así pasa la dulce espera, luego la ilusión o la desilución. Bello poeta Carlos, siempre atrapan y llegan sus escritos
ResponderEliminarGracias, Alie. por comentar el microrrelato. Sonsoles también se encuentra atrapada en una dulce espera que la llevará al ideal soñado o a la decepción más absoluta. En cualquier caso, habrá luchado por una meta a conseguir sin desviar su atención en amores banales. Feliz noche de bellos sueños.
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