PASAJES DE “LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS(112)
CAPÍTULO
VII
Se acerca la Fiesta
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Rompiendo el silencio que el tío Caparras mantenía,
durante el liado del cigarrillo, mi hermano, preguntó inocentemente lo que yo
no me hubiera atrevido a hacer:
―¿Por qué el alcalde cojea?
―¡Porque
tiene una pierna jodida! ―le respondió, tronchándose de risa, a punto de
caérsele el tabaco de las manos.
―¡Ay, Tinín,
Tinín! ―dijo Caparras, meneando la cabeza―. Eres más listo que un conejo,
porque, el que no pregunta, ni sacia la curiosidad ni llega a saber nunca nada
―dijo mirándonos. Luego, llevándose el pitillo a la boca, buscó y encontró el
chisquero, prendió el cigarro y, tras lanzar dos bocanadas de humo, comenzó a
decir:
―Sebas iba para cura y ya le faltaba poco para ser
ordenado, pero en unas vacaciones en las que ayudaba a sus padres en las tareas
del campo, no se pudo hacer con el mando de un alazán y se cayó, rompiéndose la
pierna por mil sitios. Aunque le operaron varias veces, la pierna no se enderechó
y hubo de colgar los hábitos, porque como es sabido, un cojo no puede cantar
misa. En éstas, estando el muchacho en casa tragándose el disgusto, acertó a
pasar por aquí un jefazo del Movimiento, que viendo su situación le colocó en
Zamora como secretario de no sé quién, después le enchufó en la Cámara Agraria
y, andando el tiempo, en cuanto tuvo ocasión, le hizo alcalde. Ya veis, chicos
―concluyó―; a Sebas le pasó como a san Pablo, que a partir de caerse del
caballo, fue cuando hizo carrera.
―Anda, Caparras, ¡que cuentas unas cosas a los
chicos! ―dijo María, la Perdiz, entrando en la habitación con una bandeja en la
que había pastas y refrescos de naranja―. ¡Bastante sabrán ellos quién fue san
Pablo!
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