jueves, 6 de noviembre de 2025

 

FÁBULA DEL ÁRBOL ENVIDIOSO

 

 

Era diferente a los demás. Había nacido, por una extraña casualidad, a partir de una semilla, en la parte superior del talud que formaba una de las paredes de un valle fluvial. El destino determinó el lugar: alejado del cauce del río, con escaso sustrato del que alimentarse y, para colmo de males, y dada la fuerte inclinación del terreno, sin muchas posibilidades para poder aprovechar el agua de lluvia. En estas condiciones, nuestro arbolito tuvo serias dificultades para elevarse sobre el terreno, creciendo tan lentamente que maldecía su mala fortuna agitando su escaso ramaje, sin que el viento que le rozaba produjera en él los rítmicos contoneos y el silbido evocador con el que los árboles frondosos de la ribera celebraban la llegada de ese agente atmosférico.

Sentía envidia al observar cómo sauces y alisos crecían hundiendo sus raíces en el agua, que nunca les faltaba. Contemplaba desolado cómo, ladera arriba, chopos, álamos y fresnos, pugnaban arrogantes por descollar entre sus congéneres. Él, un humilde pino, jamás conseguiría alcanzar su altura. Envidiaba, incluso, la robustez y el porte de los olmos y robles que le circundaban...

Una tarde de verano, en que se desencadenó sobre la ribera una fuerte tormenta con gran aparto eléctrico, uno de los rayos cayó sobre la fronda inferior. Tras el estrepitoso trueno percibió el chasquido de un árbol mortalmente herido. No hizo caso a este incidente, sino que continuó lamentándose de que la abundante escorrentía  no se detuviera en la base de su tronco y fuera a abastecer, precisamente, a quien gozaba de más potencial hídrico.

Sin embargo, cuando meses después descubrió semihundido en la orilla del río, postrado, yerto y seco el tronco del árbol  que el rayo había alcanzado durante la tormenta y que era, precisamente, uno de los que envidiaba, se alegró de no ser un árbol esbelto. A partir de ese momento, cambió de actitud y se consideró un árbol afortunado.

MORALEJA: No es bueno envidiar a nadie. Cada uno de nosotros es un ser único e irrepetible.


Ilustraciones de Manuel Malillos Rodríguez.





 

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