PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (30)
CAPÍTULO
I
El
Viaje
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A
juzgar por su semblante a mi progenitor le parecía estupendo el viajecito, pero
a mí, desde que tuve uso de razón, el hecho de ir al pueblo me angustiaba. Dos
o tres días antes del acontecimiento, se colocaban las maletas abiertas en el
cuarto de planchar y, cual enormes estómagos, iban engullendo ropa de estar por
casa y de calle, zapatos, zapatillas y chanclas, cremas, colonias y diversos
utensilios de aseo, sin olvidar la exprimidora, las gafas de sol, los
prismáticos y un largo etcétera, hasta duplicar con creces la capacidad del
habitáculo. Menos mal que al final, tata Lola se volcaba materialmente sobre la
tapa y conseguía, con su impresionante delantera, ejercer la presión necesaria
hasta oír el ansiado «clic» que confirmaba la excelente calidad del
cartón-piedra.
Este
año, al acabar la operación, acalorada, sudorosa y jadeante, la tata, se hizo
esta reflexión:
―¡Anda,
que si nos hemos olvidado algo!
―¡El
chaleco!, ¡el chaleco de punto! ―exclamó mi padre, antes de que «algo» hubiera
alcanzado la pared, y como notara en la tata un gesto de desesperación,
enseguida corrigió el yerro.
―Por
esta vez, no te preocupes, Lola, el verano se presenta cálido y por las noches
no ha de refrescar mucho. Con los otros dos chalecos espero poder pasar sin
constiparme mis treinta días de merecido descanso.
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