domingo, 9 de septiembre de 2018



PASAJES DE “CÉCILE.AMORÍOS Y MELÁNCOLÍAS DE UN JOVEN POETA” (49)

CAPÍTULO VI
La ilusión

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       A petición de Tinín, volvió a contar el origen de todos los apodos del pueblo, incluido el suyo, y añadió a la lista uno que nunca habíamos oído.
―¿Conocéis a Coné, la hija de Saturnino, el pastor de Mayalde?
―No la recuerdo. Ya sabes que yo para los nombres... ―dijo mi madre.
―Pues del nombre es de lo que se trata. Cuando fue a servir a Salamanca y dijo que se llamaba Coné, a los amos les pareció que eso no podía ser, porque no existe santa Coné, y sacaron la partida de nacimiento de la muchacha. En el papel aquel figuraba que su gracia era Eugenia y se descubrió el pastel. Dijon que la culpa fue de su padre, que en el bautizo, al preguntarle don Matías qué nombre quería poner a su hija, contesto: “Ugenia”, a lo que don Matías, que es muy leído, le dijo: “Saturnino: con E, se pone con E” y el torpe del pastor replicó: “Pues póngala como usted quiera. Venga, pues que se llame Coné”.
Todos reímos la anécdota e incluso a mí me pareció que se lo acababa de inventar, pero Petra me dijo muy seria:
―Too, mira, si no te lo crees, vas y se lo preguntas a don Matías, aunque el hombre está ya con la cabeza que no le funciona del todo. El último año, el día de la Fiesta, subido al púlpito comenzó la prédica diciendo: “Queridos feligreses... queridos feligreses” y de ahí no se arrancaba, hasta que salió por peteneras: “Queridos feligreses, hoy veis a vuestro cura, más alto que otras veces” y se desatascó. A partir de entonces, en cada misa del domingo, en cuanto comienza a decir. “Queridos feligreses...” hay un grupillo de jóvenes que a coro añade: “hoy veis a vuestro cura más alto que otras veces” y las mozas se parten el culo, riendo.
        Tinín, lloraba de risa con las historias que Petra nos contaba. Risa que se nos fue contagiando a los demás, a excepción de mi madre, a la que le parecían burdos los relatos y malsonantes las palabras empleadas por su insólita compañera de mesa. Con cara de circunstancias, ponía a cada comentario su punto de compasión, añadiendo: “Cómo siento lo de María la Perdiz”, “Pobre Faustino” o “don Matías ha sido muy buen sacerdote, pero los años no perdonan” mostrando con ello su gran corazón y deseando que de esta manera, Petra callara y no desvelara más miserias; miserias que, con toda seguridad, acabarían en los oídos de doña Camino y de don Ignacio. Fue en balde: Petra continúo hablando sin parar todavía un buen rato, a pesar de que mi madre, disimuladamente, había retirado la botella del campo visual de su sirvienta.

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