CUENTO VENECIANO
Con la mirada limpia de quien desea conocer el mundo
que le rodea, se pasaba horas y horas escrutando tras los visillos del mirador,
el pasar ajetreado de los gondoleros que surtían de aperos y víveres a los
habitantes de Venecia, mientras bordaba en finas telas, banderolas,
gallardetes, reposteros... que luego su padre vendería a la gente más
influyente de la ciudad para ornamento de sus casas y ejércitos.
A sus dieciséis años, Valeria puso como excusa ser
este mirador el lugar más tranquilo de la mansión, para observar el paso de las
gentes que cruzaban el puente sobre el canal y el discurrir de las
embarcaciones por el mismo. Entre los gondoleros, uno acaparaba su atención. Destacaba
entre todos los demás por su apostura y belleza. Se sentía cautivada por su
melena rubia, el cuidadoso manejo con el que movía el remo y el balanceo
cadencioso con el que resaltaba a cada
vaivén, la armónica proporción de un cuerpo juvenil y musculoso.
Desde que escuchara: "¡Buongiorno, Fabrizio!" al cruzarse su góndola en la angostura
del canal, con la de un compañero, el nombre de Fabrizio se grabó en su mente,
de tal manera que soñaba con el momento en que pudiera llamarle a viva voz,
pues, sin darse cuenta, ya lo musitaba cada vez que su amor platónico pasaba
ante el mirador.
No pudiendo vencer por más tiempo esta tensión
emocional, un buen día, Valeria tuvo el atrevimiento de descorrer el visillo y
agitar su mano saludándole. Fabrizio detuvo entonces su góndola ante el balcón
e inclinándose respetuosamente, confesó a la dama, no haber visto jamás belleza
alguna que pudiera compararse a la suya. A partir de ese encuentro, Fabrizio se
detenía ante el mirador cada vez que su tarea le llevaba por el canal en donde
se encontraba la casa de la joven, que ya, venciendo toda timidez, intercambia
con él pequeñas pláticas sin que su padre fuera sabedor de ellas.
De los primeros galanteos, pasaron sin percatarse a
los requiebros amorosos y a la mutua confesión de sus amores, de manera que se
hizo famosa una cancioncilla que se escuchaba en todas las plazas de la ciudad.
Non sarai innamorato
se non ami, come Fabrizio
adora la dolce Valeria.
Un amore,talmente puro,
Venezia
mai lo conobbe.
No tardó mucho tiempo Gennaro Montepussi, padre de Valeria,
en conocer estos amoríos que le causaron un hondo pesar, pues él había
concertado matrimonio para su hija, con el primogénito de un rico comerciante
de la ciudad, de manera que, a partir de ese instante, recluyó a su hija en una
estancia situada en la parte más elevada de la casa cuya ventana daba a la
parte opuesta a la que se encontraba el canal.
Al percatarse Fabrizio de que su amada no acudía a
su llamada, paraba cada día su góndola ante el mirador y entre lágrimas
exclamaba repetidamente: "¡Ti amo,
Valeria!", con la esperanza de obtener respuesta. Ponía tanto ardor en su
declamación, que pronto encontró el apoyo incondicional de amigos y viandantes
que unían sus voces a las de él en un intento de que el clamor llegara a los
oídos de su amada. Fue tal la empatía de este gesto de amor desgarrado que
pocos días después, los venecianos optaron por congregarse ante la Torre dell´Orologio y, coincidiendo con la
última campanada de las doce de la mañana, lanzar como una sola voz su plegaria
enamorada: "¡Ti amo, Valeria!"
Imposible que el dux no escuchara desde el cercano
Palacio Ducal esta unánime declaración de amor y de que no se enterara del
motivo que lo originaba, por lo que mandó llamar de inmediato a Gennaro, al que
le habló de esta manera:
"El amor es el don más preciado que se ha
concedido a la especie humana. Quien ama ya es rico, pues posee la felicidad
con la que podrá vencer los avatares de la vida. Fabrizio con su actitud ha
demostrado que el amor por tu hija es puro y que es capaz de hacer cualquier
cosa por conseguirlo. No te avergüences de emparentarte con un humilde
gondolero, pues a partir de mañana, entrará a mi servicio y será quien dirija
mi nave cuando tenga necesidad de salir de Palacio"
Gennaro acepto de buen grado las indicaciones del
dux y Valeria retornó al mirador desde el que pudo seguir platicando con
Fabrizio hasta el día en que unieron sus vidas para siempre.
Cuenta la leyenda, que si estás verdaderamente
enamorado, todavía puedes escuchar en el
sotoportego de le acque, una voz que
rasga el silencio de la noche:"¡Ti
amo, Valeria!"
Fotografías de Pura Muñoz y Antonio Maeso.
.
.
Delicioso como siempre...
ResponderEliminarGracias, Mª Ángeles. En esta fría mañana de nieves tempranas, los copos de derriten con la calidez de tu comentario. Abrazos.
Eliminar