PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS"(53)
CAPÍTULO III
La casa del abuelo
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―Y ahora con vuestro permiso,
me retiro al excusado, que necesito gotear.
Petra, que venía de la cocina
con una fuente de chuletas, las depositó rápidamente sobre la mesa y se
apresuró a ayudarle.
―Señorito Tino, déjeme que le
acompañe, no siendo que «entavía» se tropiece, se rompa un brazo y me vea en la
obligación de sujetar lo que nunca llegué a tocar a mi difunto marido.
Al oír a Petra, Jeremías me
propinó un puntapié por debajo de la mesa, se sonrió y, guiñándome un ojo,
ocultó su cara en el plato, nuevamente vacío.
―¡Ay! ―grité, al sentir la zapatilla
en la espinilla.
Margarita, que notó el trajín
que nos traíamos, preguntó:
―Mamá, ¿qué es lo que pasa?
A lo que respondió mi madre,
ligeramente ruborizada:
―Margarita, acábate las judías,
que se te están quedando frías.
Mi progenitor, que hasta entonces
había estado en un segundo plano, no pareció muy preocupado por la precaria
salud del abuelo, ya que inmediatamente ordenó el reparto de las chuletas,
―A mí, Consuelo, ponme
solamente dos, porque con el plato de judías que me he metido, tal vez me produzcan
flatulencia.
Luego, una vez hubo probado el
exquisito sabor de la ternera, tomó la palabra para indicarnos, cómo se podía
haber evitado esta situación:
―Está claro que mi padre se ha
descuidado ―comenzó a decir―. Tenía que haber ido al médico al notar los
primeros síntomas y no poner como excusa falta de tiempo, por atender a mi
madre.
Luego, levantando la cabeza,
mientras troceaba el segundo filete, se dirigió a nosotros como si estuviera
impartiendo una magistral conferencia en el Colegio Notarial:
―Al toro hay que cogerle por
los cuernos. Un hombre resuelto como yo, hubiera afrontado el problema desde el
primer momento, con la misma resolución con la que me enfrenté a
esos bárbaros comunistas en el frente de Teruel. Esconder la
cabeza entre las alas es propio del avestruz y no conduce a nada. Los
problemas, cogidos a tiempo, suelen tener solución; dilatar en el tiempo la espera, cruzándose de brazos, soñando con que
se resolverán por sí solos, es una quimera, una táctica equivocada, y no
digamos si se trata de temas de salud. ¿No te parece, Consuelo?
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