PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN
POETA" (66)
CAPÍTULO X
La Ambición
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―La tarde se ha puesto muy calurosa. Tal vez la bebida os refresque un
poco ―pronunció con un timbre de voz que era todo dulzura, tras apartar con
delicadeza varios libros que le impedían depositar la bandeja sobre la
desordenada mesa de trabajo.
―Rosario: te presento a mi delfín y futuro gran poeta, Álvaro ―anunció,
don Julián, en un tono burlón.
―Encantado de conocerla ―dije, poniéndome de pie.
―Siéntate, hijo y no hagas caso de las chanzas de un viejo rimador de
palabras ―respondió, dando un cariñoso pescozón a su marido.
Cuando la mujer hubo abandonado la habitación, don Julián hizo un
encendido elogio de su mujer:
―Es una santa y siempre ha tenido conmigo una paciencia infinita. Al
poco de conocernos, ya sentía por ella un amor indescriptible. Le gustaba oír
de mis labios: “Tú eres mi mejor yo”, que le susurraba al oído sin mencionar que
la cita no era mía, sino de Ortega y Gasset. Cuando nos hicimos novios, para no
perderla, fingía ser un ferviente católico y le acompañaba a misa todos los
domingos, hasta que, seguro de su amor, le confesé que mi devoción era fingida,
pues era un republicano convencido y además agnóstico. Ella se quedó por unos
momentos pensativa, para decirme a continuación: “Tú también eres para mí mi
mejor yo, pero no vuelvas a engañarme. Te acepto con tus virtudes y defectos.
Respetaré tus creencias como tú has de respetar las mías”. Y seguimos cogidos
de la mano, como si nada hubiera ocurrido. “Puedo asegurarte ―mencionó don
Julián con los ojos húmedos― que el mutuo respeto ha sido el secreto de nuestra
felicidad. Desde entonces se da la paradoja de que, siendo un agnóstico, duermo
abrazado a un Rosario del que rezo
cada noche más de cinco Misterios, antes de coger el primer sueño” ―rió
pícaramente.
Estas conversaciones con don Julián me hacían sentir un personaje de
mayor edad de la que me otorgaban en mi familia, y sobre todo me evadían del
ambiente enrarecido que se respiraba en casa como consecuencia de los continuos
lloros de mi hermana. Sin embargo, para bien de nuestra familia, un hecho iba a
ser providencial para que los dolos y lamentos fueran desapareciendo.
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Interesante conversación Carlos me gusta.suelo leer todo que escribes hasta la próxima conversación
ResponderEliminarMuy agradecido, amable lectorar/a, por seguir con entusiasmo mis publicaciones. Te deseo un feliz día. Saludos.
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