domingo, 22 de marzo de 2020



PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (66)
 CAPÍTULO X
La Ambición
................................

Una de aquellas tardes, en que dilucidaba en dónde se encontraba el complemento predicativo de una oración, apareció en la abigarrada habitación que ocupábamos una mujer de unos sesenta años, que tras pedir perdón por la interrupción, nos ofreció unos vasitos de limonada en una bandejita veneciana.
―La tarde se ha puesto muy calurosa. Tal vez la bebida os refresque un poco ―pronunció con un timbre de voz que era todo dulzura, tras apartar con delicadeza varios libros que le impedían depositar la bandeja sobre la desordenada mesa de trabajo.
―Rosario: te presento a mi delfín y futuro gran poeta, Álvaro ―anunció, don Julián, en un tono burlón.
―Encantado de conocerla ―dije, poniéndome de pie.
―Siéntate, hijo y no hagas caso de las chanzas de un viejo rimador de palabras ―respondió, dando un cariñoso pescozón a su marido.
Cuando la mujer hubo abandonado la habitación, don Julián hizo un encendido elogio de su mujer:
―Es una santa y siempre ha tenido conmigo una paciencia infinita. Al poco de conocernos, ya sentía por ella un amor indescriptible. Le gustaba oír de mis labios: “Tú eres mi mejor yo”, que le susurraba al oído sin mencionar que la cita no era mía, sino de Ortega y Gasset. Cuando nos hicimos novios, para no perderla, fingía ser un ferviente católico y le acompañaba a misa todos los domingos, hasta que, seguro de su amor, le confesé que mi devoción era fingida, pues era un republicano convencido y además agnóstico. Ella se quedó por unos momentos pensativa, para decirme a continuación: “Tú también eres para mí mi mejor yo, pero no vuelvas a engañarme. Te acepto con tus virtudes y defectos. Respetaré tus creencias como tú has de respetar las mías”. Y seguimos cogidos de la mano, como si nada hubiera ocurrido. “Puedo asegurarte ―mencionó don Julián con los ojos húmedos― que el mutuo respeto ha sido el secreto de nuestra felicidad. Desde entonces se da la paradoja de que, siendo un agnóstico, duermo abrazado a un Rosario del que rezo cada noche más de cinco Misterios, antes de coger el primer sueño” ―rió pícaramente.
Estas conversaciones con don Julián me hacían sentir un personaje de mayor edad de la que me otorgaban en mi familia, y sobre todo me evadían del ambiente enrarecido que se respiraba en casa como consecuencia de los continuos lloros de mi hermana. Sin embargo, para bien de nuestra familia, un hecho iba a ser providencial para que los dolos y lamentos fueran desapareciendo.
                                                                    ..............................


                          


2 comentarios:

  1. Interesante conversación Carlos me gusta.suelo leer todo que escribes hasta la próxima conversación

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muy agradecido, amable lectorar/a, por seguir con entusiasmo mis publicaciones. Te deseo un feliz día. Saludos.

      Eliminar