jueves, 19 de marzo de 2020



PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (66)
CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo
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Cuando mi tío, tanteando el terreno, hizo intención de sentarse en el banco, fue cuando se dio cuenta de que yo estaba allí, acurrucado, intentando controlar las bascas, que no terminaban de desaparecer.
―¡Mecagüen …el derecho y el revés! ¡Mira quien está aquí! ¡Pero si es Alvarito! ¡No te jode…! Si llego a saber que venías a comer, de seguida hubiera dejao al Entrepierna , al Jacinto y al Veo Doble, que aunque no te lo creas, soplan más que yo.
―No hagas caso, hijo ―saltó mi tía―; en asuntos del bebeteo, tenemos un campeón en casa.
Luego, sacudiendo de la falda algún grano de arroz escapado de la cuchara, insistió:
―Vamos… come… que ties que empapar.
―Con lo que me habéis dejao, poco empapo ―dijo Mariano, constatando una realidad palpable, pues Jeremías, sin descansar un minuto, continuaba engullendo como si la cosa no fuera con él.
 Luego volviéndose hacia mí, intentó adoctrinarme:
―Lo mejor que puedes hacer de mayor, Alvarito, es no casarte. El hombre es un gran ignorante que no sabe que la vida de casado es una trampa. Al principio, todos los días son fiestas: por la mañana, sólo ves buenas caras; al mediodía continúas con mejores comidas y en cuanti se tercia, aquí te cojo, aquí te mato, pero de que las dejas preñaas, se acabaron las fiestas y ya no eres persona; vas de acá para allá obediente, como un borrego; comes lo que te pongan, aunque sean gachas; de casa al trabajo y del trabajo a casa, sin rechistar para no disgustarlas. Si además, tienes que aguantar a su madre, ya ni te cuento. No es de extrañar que por no colgarse de una viga, algunos como yo, se vayan aficionando a la cantina, para darse de tanto en tanto, un desahogo.
―Tendrás tú queja, ¡desgraciao! Y yo, ¿con quién me desahogo? Si desde que me casé, soy una esclava para ti y el Jere­mías. ¡Maldita sea mi suerte! ¡Si hubiera hecho caso a mi madre!
―No mientes ahora a tu madre, que voy a comer y me puedo atragantar ―replicó mi tío―. Yo lo que quiero decir, es que al poco de casarnos, Lucía, lucía, ahora Lucía, se apagó.
―¡Mamarracho! No juegues con mi nombre, que con el tuyo lo tengo muy fácil. ¿O quieres que a partir de ahora, en vez de llamarte Mariano, te llame Mari-culo?
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Fotografía de Juli Garrido Velasco.



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