PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (66)
CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo
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Cuando mi tío, tanteando el
terreno, hizo intención de sentarse en el banco, fue cuando se dio cuenta de
que yo estaba allí, acurrucado, intentando controlar las bascas, que no
terminaban de desaparecer.
―¡Mecagüen …el derecho y el
revés! ¡Mira quien está aquí! ¡Pero si es Alvarito! ¡No te jode…! Si llego a
saber que venías a comer, de seguida hubiera dejao al Entrepierna , al Jacinto
y al Veo Doble, que aunque no te lo
creas, soplan más que yo.
―No hagas caso, hijo ―saltó mi
tía―; en asuntos del bebeteo, tenemos un campeón en casa.
Luego, sacudiendo de la falda
algún grano de arroz escapado de la cuchara, insistió:
―Vamos… come… que ties que
empapar.
―Con lo que me habéis dejao,
poco empapo ―dijo Mariano, constatando una realidad palpable, pues Jeremías, sin
descansar un minuto, continuaba engullendo como si la cosa no fuera con él.
Luego volviéndose hacia mí, intentó
adoctrinarme:
―Lo mejor que puedes hacer de
mayor, Alvarito, es no casarte. El hombre es un gran ignorante que no sabe que
la vida de casado es una trampa. Al principio, todos los días son fiestas: por
la mañana, sólo ves buenas caras; al mediodía continúas con mejores comidas y
en cuanti se tercia, aquí te cojo, aquí te mato, pero de que las dejas preñaas,
se acabaron las fiestas y ya no eres persona; vas de acá para allá obediente,
como un borrego; comes lo que te pongan, aunque sean gachas; de casa al trabajo
y del trabajo a casa, sin rechistar para no disgustarlas. Si además, tienes que
aguantar a su madre, ya ni te cuento. No es de extrañar que por no colgarse de
una viga, algunos como yo, se vayan aficionando a la cantina, para darse de
tanto en tanto, un desahogo.
―Tendrás tú queja, ¡desgraciao!
Y yo, ¿con quién me desahogo? Si desde que me casé, soy una esclava para ti y
el Jeremías. ¡Maldita sea mi suerte! ¡Si hubiera hecho caso a mi madre!
―No mientes ahora a tu madre,
que voy a comer y me puedo atragantar ―replicó mi tío―. Yo lo que quiero decir,
es que al poco de casarnos, Lucía, lucía,
ahora Lucía, se apagó.
―¡Mamarracho! No juegues con mi
nombre, que con el tuyo lo tengo muy fácil. ¿O quieres que a partir de ahora,
en vez de llamarte Mariano, te llame Mari-culo?
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Fotografía de Juli Garrido
Velasco.
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