domingo, 29 de marzo de 2020


LA JOVEN QUE QUERÍA SER FELIZ

Como sucede en la mayor parte de las veces, el encuentro entre dos personas en Facebook, resultó casual. Una muchacha de unos veinte años, solicitó amistad con un anciano que ya no cumpliría los ochenta y cinco.

Él aceptó el ofrecimiento de una forma mecánica, convencido de que se trataba de un error y de que al cabo de unos días, aquella jovencita acabaría por borrarle de entre sus contactos. Pero no fue así. Al poco tiempo, sorprendido, leyó un messenger de su nueva amistad en el que le comentaba que deseaba poder charlar con él, de vez en cuando, siempre que no le importunara.

"¿Por qué habrías de importunarme?—respondió el anciano. Apenas conservo amistades. Es cierto que hace años tuve varias, pero la edad de mis contactos era como la mía, muy elevada, y ahora casi no publican nada, no sé si por cansancio, falta de vista o, sencillamente, porque ya no están en este mundo".

"Sea cual sea el motivo—afirmó la interlocutora—, quizás, yo pueda llenar esos vacíos". El hombre, releyó la contestación y se apresuró a responder:

"¿Puedes contestarme a una curiosidad?  Me extraña que una mujer tan joven quiera dialogar con un anciano".

"Precisamente, eso es lo que busco. Deseo escuchar de los labios de un hombre maduro y reflexivo, testimonios de vida que me puedan servir de orientación para ser lo más feliz posible, ahora que tengo toda una vida por delante".

Durante varios meses, ambos mantuvieron larguísimos diálogos, interminables intercambios de mensajes que duraban hasta sobrepasar la media noche y que concluían con el ferviente deseo de reiniciar al día siguiente la conversación pendiente. Les dio tiempo para hablar de los sueños insatisfechos, de lo que pudo llegar a ser y nunca llegó a plasmarse en realidad, del verdadero enamoramiento, del goce y del dolor, de las pasiones juveniles y de los achaques que surgen con el paso de los años, de la amistad y el desengaño, del verdor primaveral y los ocres otoñales... Parecía que la joven no se cansaría nunca de preguntar y de indagar sobre cualquier conocimiento que le asegurara la felicidad futura, hasta que planteó al anciano una pregunta definitiva:
"Resúmeme en una pequeña frase, lo esencial, lo que subyace en todo los consejos que durante este tiempo he recibido de ti."

El anciano no lo dudó y le dijo:" [Ama y haz lo que quieras]. Es una frase de San Agustín. Hazlo y te irá bien"

Cuando la joven quiso responder al anciano, éste se había desconectado de la Red para siempre. Le pareció que no habría consejo que pudiera superar al último y de que ya era hora de que la muchacha comenzara, en solitario, a iniciar su andadura vital.

Fotografía de David Dubnistkiy


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