LA JOVEN QUE QUERÍA SER FELIZ
Como sucede en la mayor parte de las veces, el encuentro
entre dos personas en Facebook, resultó casual. Una muchacha de unos veinte
años, solicitó amistad con un anciano que ya no cumpliría los ochenta y cinco.
Él aceptó el ofrecimiento de una forma mecánica,
convencido de que se trataba de un error y de que al cabo de unos días, aquella
jovencita acabaría por borrarle de entre sus contactos. Pero no fue así. Al
poco tiempo, sorprendido, leyó un messenger de su nueva amistad en el que le
comentaba que deseaba poder charlar con él, de vez en cuando, siempre que no le
importunara.
"¿Por qué habrías de importunarme?—respondió el
anciano. Apenas conservo amistades. Es cierto que hace años tuve varias, pero
la edad de mis contactos era como la mía, muy elevada, y ahora casi no publican
nada, no sé si por cansancio, falta de vista o, sencillamente, porque ya no
están en este mundo".
"Sea cual sea el motivo—afirmó la
interlocutora—, quizás, yo pueda llenar esos vacíos". El hombre, releyó la
contestación y se apresuró a responder:
"¿Puedes contestarme a una curiosidad? Me extraña que una mujer tan joven quiera
dialogar con un anciano".
"Precisamente, eso es lo que busco. Deseo
escuchar de los labios de un hombre maduro y reflexivo, testimonios de vida que
me puedan servir de orientación para ser lo más feliz posible, ahora que tengo
toda una vida por delante".
Durante varios meses, ambos mantuvieron larguísimos
diálogos, interminables intercambios de mensajes que duraban hasta sobrepasar
la media noche y que concluían con el ferviente deseo de reiniciar al día
siguiente la conversación pendiente. Les dio tiempo para hablar de los sueños
insatisfechos, de lo que pudo llegar a ser y nunca llegó a plasmarse en
realidad, del verdadero enamoramiento, del goce y del dolor, de las pasiones
juveniles y de los achaques que surgen con el paso de los años, de la amistad y
el desengaño, del verdor primaveral y los ocres otoñales... Parecía que la
joven no se cansaría nunca de preguntar y de indagar sobre cualquier
conocimiento que le asegurara la felicidad futura, hasta que planteó al anciano
una pregunta definitiva:
"Resúmeme en una pequeña frase, lo esencial, lo
que subyace en todo los consejos que durante este tiempo he recibido de ti."
El anciano no lo dudó y le dijo:" [Ama y haz lo
que quieras]. Es una frase de San Agustín. Hazlo y te irá bien"
Cuando la joven quiso responder al anciano, éste se
había desconectado de la Red para siempre. Le pareció que no habría consejo que
pudiera superar al último y de que ya era hora de que la muchacha comenzara, en
solitario, a iniciar su andadura vital.
Fotografía de David Dubnistkiy
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