PASAJES DE
"CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (70)
CAPÍTULO X
La Ambición
Margarita se
vio obligada a acompañar a mi madre en la insulsa conversación que mantenía con
doña Tasina, que bostezaba y hacía ímprobos esfuerzos para no quedarse dormida
debido al sopor que le producía la comida.
Cuando por
fin los invitados, vencida la tarde, nos abandonaron, un suspiro de alivio se
escapó al unísono de las gargantas de Margarita y de mi madre.
―¿Pero te
has dado cuenta de la clase de amistades que nos has traído a casa? ―pronunció
mi madre un tanto airada.
―¡Mujer!
¡Mujer! ―se franqueó mi padre―. Tú solamente ves a unos humildes y honrados
trabajadores faltos de educación y no piensas en el porvenir de nuestros hijos.
¿No te has dado cuenta de la manera en que Cuco observaba a nuestra Margarita?
¿Y si éste fuera el principio de un romance que asegurara el porvenir de
nuestra hija? Piensa que, dentro de unos años, los padres no existiremos y los
hijos de don Augusto serán licenciados en Derecho, y además ricos.
―Por favor,
papá ―exclamó Margarita―. No pretendas emparejarme con quien no es de mi
agrado. Ya me he dado cuenta de que Cuco me miraba, pero no tantas veces como
las que observaba la fuente del lechón para ver si podía repetir. Además, no me
ha gustado que en vez de cortejarme, se dedicara a jugar al mus, lo que me
parece una falta de delicadeza por su parte.
Parece ser
que la indiferencia mostrada por el hermano mayor, Cuco, procedía de su timidez
y no de su preferencia por consumir el gorrino, porque, a los pocos días, mi
hermana recibió una carta en la que el primogénito de los Repollezo, muy
cursimente alababa su belleza y le pedía salir con él, “cuando tus estudios no
lo impidan”. La primera reacción de Margarita fue de rechazo al no gustarle el
pretendiente, pero por no desairar a mi padre, consintió en concertar una cita,
si bien, puso como condición que no saldrían solos, sino en compañía de Nino y
de una amiga que buscaría para completar el cuarteto. Esta amiga no podía ser
otra que la inefable Goyita.
Según me
contó Margarita, aquella cita transcurrió entre palabras entrecortadas y
silencios prolongados. La falta de experiencia en el trato con las chicas de su
edad, puso de manifiesto la poca soltura del primogénito en mantener una
conversación que pudiera interesar a Margarita, y al darse cuenta de que tenía
muy pocas posibilidades de encandilar a mi hermana, Cuco hizo lo posible por
centrar su atención en Goyita, quien aceptó su conversación con el entusiasmo
con el que solía recibir las escasas comunicaciones masculinas dirigidas a
ella.
De aquella
jornada, de la que Margarita salió totalmente decepcionada, surgió sin embargo
el compromiso de un nuevo encuentro entre Goyita y el futuro heredero, Cuco.
Al enterarse
tía Gertru del desarrollo de la cita, no pudo por menos de sacar su lengua a
pasear, citando el conocido refrán: “La suerte de la fea, la guapa la desea”,
convenientemente modificado: “Si a la mujer las carnes le tiemblan, a los
hombres les retiemblan”, que era su manera de reafirmar que su sobrepeso era
todavía motivo de encandilamiento para sus amigos y conocidos, aunque sus
magros permanecieran fieles a la memoria de su difunto Cesáreo.
Me pareció
que aquella cita frustrada sólo afectó a la moral de mi padre, pues tanto a mi
madre como a las tatas, la falta de cultura de doña Tasina y las torpes maneras
de sus hijos, no agradaban en absoluto, e incluso Petra, con el desparpajo que
le caracterizaba, afirmó: “Bigardos como éstos, se encuentran hasta en mi
pueblo”.
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