PARIS. OH, LÀ
LÀ! (9)
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Los meses de febrero y marzo pasaron sin que
ocurrieran grandes novedades cono no fueran las que originaba mi creciente
deseo de que llegara el jueves para
poder encontrarme con Gérard, cosa que no siempre ocurría. Entonces, escuchando
a unos y a otros, entendía lo que podía y sonreía a cualquiera que me buscara
con la mirada, con la intención de que mi mutismo no supusiera el eliminarme
del grupo. Después regresaba a casa de madame Claudine esperando vehemente que
la semana pasara velozmente.
En la soledad de mi habitación, componía versos,
escribía a casa relatando historias con desarrollo y final feliz, con la sana
intención de que mi familia no estuviera preocupada por mí y también… pensaba
en Cécile. Desde que nuestro intercambio epistolar fuera languideciendo por la
distancia, para finalmente fallecer de muerte natural, no sabía nada de ella.
¿Seguiría viviendo en Versalles? ¿Habría encontrado el amor? Cuando estos
pensamientos acudían a mi mente procuraba apartarlos, pues hacía tiempo que mi
decisión de no reabrir heridas era firme, como también lo era evolucionar y
aceptar lo que en cada momento la vida me ofreciera, a poder ser, con el menor
sufrimiento posible. También intenté comunicarme con Jeremías, sin encontrar en
él el apoyo que necesitaba en esos momentos. Al parecer, trabajaba sin apenas
descanso, intentando reunir el dinero necesario para establecerse por su
cuenta. El poco tiempo libre del que disponía lo empleaba en conocer chicas.
Digo esto porque la última vez que intercambié cuatro palabras con él, una tal
Sylvie había reemplazado a Florence como visitante de su nidito de amor.
Hay días en que parece que todos los astros se
armonizan de tal manera que cualquier cosa que hagas se verá coronada por el
éxito. Ocurrió una mañana de abril en la que unas tenues nubes no impedían que
la luz inundara París, dotándole de una
especial claridad hasta entonces para mí desconocida. Aquel día añadí a mi
particular forma de vestir, una gorra de paño de diseño escocés en tonos verdes
que hacía juego con mi kilométrica bufanda y por si esto fuera poco, desde
hacía poco tiempo me había provisto de una cachimba de espuma de mar. Yo no
fumaba, pero el olor del tabaco aromatizaba mi alrededor y me confería un aire
de intelectual bohemio, o, al menos, eso creía yo.
En “Les Deux Magots” me encontré con mi amigo
Gérard acompañado de una espectacular señorita que no tardó en presentarme.
—Ella es Giselle. Ya le he dado referencias tuyas
porque, además de otras actividades, estudia español. He pensado que sería interesante
que ambos os conocierais y de ese modo, pudierais practicar en vuestras
respectivas Lenguas.
Giselle era una mujer de extraordinaria belleza.
La candidez de su rostro resplandecía al estar enmarcado con un tocado de
aspecto muy parecido al de Marianne, la mujer que representa a la República
Francesa, aunque sustituyendo el gorro frigio por otro hecho a ganchillo y
decorado en su lado izquierdo con una escarapela confeccionada con la misma
lana. Un abrigo beige de entretiempo dejaba entrever una delicada silueta y
manifestaba un gusto exquisito con el complemento de un pañuelo de vivos
colores, que recorriendo la parte superior del abrigo se anudaba,
graciosamente, sobre su pecho.
Impresionado por su presencia solo pude
musitar:
—Enchanté—.
Mientras intercambiábamos los protocolarios besos.
Los tres tomamos asiento junto a unos tertulianos
que se distribuían alrededor de una mesa ovalada situada en un extremo de la
sala. En aquellos momentos el ruido era ensordecedor como consecuencia de una
acalorada discusión entre seguidores y detractores del general De Gaulle. Las
ideas políticas alcanzaban a las crónicas de los escritores que tanto en “Le
Figaro” como en “Le Monde” habían
expuesto en sus respectivos diarios, sus editoriales. Giselle situada a mi lado
acercó su cabeza a mi oído para comentarme.
—“Álvago”, aquí no podemos hablar rien de rien. Voulez-vous que nous sortions d'ici?
—Oui.
Me parece bien—respondí—. Y si te parece oportuno, me gustaría que hablásemos
en español. Tu idioma lo entiendo pero no lo domino.
—No problema. Pero cometeré fallos. No lo hablo
bien.
—No te preocupes. Creo que nos
entenderemos—pronuncié mirando sus ojos grisáceos.
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Álvaro toma vuelo. El viento acompañará. Besos.
ResponderEliminarNuestro protagonista siempre está dispuesto a desplegar sus alas. Sabe, que el viento-amor, le transportará a parajes felices. ¿Y si fueras tú ese viento? Feliz día. Muchos besos.
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