domingo, 23 de agosto de 2020




PARIS. OH, LÀ LÀ!  (9)

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Los meses de febrero y marzo pasaron sin que ocurrieran grandes novedades cono no fueran las que originaba mi creciente deseo de que  llegara el jueves para poder encontrarme con Gérard, cosa que no siempre ocurría. Entonces, escuchando a unos y a otros, entendía lo que podía y sonreía a cualquiera que me buscara con la mirada, con la intención de que mi mutismo no supusiera el eliminarme del grupo. Después regresaba a casa de madame Claudine esperando vehemente que la semana pasara velozmente.

En la soledad de mi habitación, componía versos, escribía a casa relatando historias con desarrollo y final feliz, con la sana intención de que mi familia no estuviera preocupada por mí y también… pensaba en Cécile. Desde que nuestro intercambio epistolar fuera languideciendo por la distancia, para finalmente fallecer de muerte natural, no sabía nada de ella. ¿Seguiría viviendo en Versalles? ¿Habría encontrado el amor? Cuando estos pensamientos acudían a mi mente procuraba apartarlos, pues hacía tiempo que mi decisión de no reabrir heridas era firme, como también lo era evolucionar y aceptar lo que en cada momento la vida me ofreciera, a poder ser, con el menor sufrimiento posible. También intenté comunicarme con Jeremías, sin encontrar en él el apoyo que necesitaba en esos momentos. Al parecer, trabajaba sin apenas descanso, intentando reunir el dinero necesario para establecerse por su cuenta. El poco tiempo libre del que disponía lo empleaba en conocer chicas. Digo esto porque la última vez que intercambié cuatro palabras con él, una tal Sylvie había reemplazado a Florence como visitante de su nidito de amor.

Hay días en que parece que todos los astros se armonizan de tal manera que cualquier cosa que hagas se verá coronada por el éxito. Ocurrió una mañana de abril en la que unas tenues nubes no impedían que la luz inundara  París, dotándole de una especial claridad hasta entonces para mí desconocida. Aquel día añadí a mi particular forma de vestir, una gorra de paño de diseño escocés en tonos verdes que hacía juego con mi kilométrica bufanda y por si esto fuera poco, desde hacía poco tiempo me había provisto de una cachimba de espuma de mar. Yo no fumaba, pero el olor del tabaco aromatizaba mi alrededor y me confería un aire de intelectual bohemio, o, al menos, eso creía yo.

En “Les Deux Magots” me encontré con mi amigo Gérard acompañado de una espectacular señorita que no tardó en presentarme.

—Ella es Giselle. Ya le he dado referencias tuyas porque, además de otras actividades, estudia español. He pensado que sería interesante que ambos os conocierais y de ese modo, pudierais practicar en vuestras respectivas Lenguas.

Giselle era una mujer de extraordinaria belleza. La candidez de su rostro resplandecía al estar enmarcado con un tocado de aspecto muy parecido al de Marianne, la mujer que representa a la República Francesa, aunque sustituyendo el gorro frigio por otro hecho a ganchillo y decorado en su lado izquierdo con una escarapela confeccionada con la misma lana. Un abrigo beige de entretiempo dejaba entrever una delicada silueta y manifestaba un gusto exquisito con el complemento de un pañuelo de vivos colores, que recorriendo la parte superior del abrigo se anudaba, graciosamente, sobre su pecho.

Impresionado por su presencia solo pude musitar:

Enchanté—. Mientras intercambiábamos los protocolarios besos.

Los tres tomamos asiento junto a unos tertulianos que se distribuían alrededor de una mesa ovalada situada en un extremo de la sala. En aquellos momentos el ruido era ensordecedor como consecuencia de una acalorada discusión entre seguidores y detractores del general De Gaulle. Las ideas políticas alcanzaban a las crónicas de los escritores que tanto en “Le Figaro” como  en “Le Monde” habían expuesto en sus respectivos diarios, sus editoriales. Giselle situada a mi lado acercó su cabeza a mi oído para comentarme.

—“Álvago”, aquí no podemos hablar rien de rien. Voulez-vous que nous sortions d'ici?

Oui. Me parece bien—respondí—. Y si te parece oportuno, me gustaría que hablásemos en español. Tu idioma lo entiendo pero no lo domino.

—No problema. Pero cometeré fallos. No lo hablo bien.

—No te preocupes. Creo que nos entenderemos—pronuncié mirando sus ojos grisáceos.
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2 comentarios:

  1. Álvaro toma vuelo. El viento acompañará. Besos.

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  2. Nuestro protagonista siempre está dispuesto a desplegar sus alas. Sabe, que el viento-amor, le transportará a parajes felices. ¿Y si fueras tú ese viento? Feliz día. Muchos besos.

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