PARÍS. OH, LÀ
LÀ! (8)
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El jueves era mi día de descanso y lo aprovechaba al máximo recorriendo la
ciudad desde las primeras horas de la mañana. Sustituía la ropa de trabajo por
otra que me otorgaba un estudiado aspecto de intelectual. Solía vestirme con un
jersey de cuello de cisne, pantalones campana y una larguísima bufanda que se
enroscaba en mi cuello por encima del abrigo y me protegía del frío parisino.
El atrezzo se complementaba con unas
gafas de concha marrón con cristales sin graduación que encargué en una óptica
con el pretexto de que servirían para una representación teatral. Mi bigote
rizado y pelirrojo ayudaba a que mi aspecto resultara cuando menos
sorprendente. La primera vez que madame Claudine me vio de esta guisa, me hizo girar varias
veces sobre mí mismo mientras exclamaba, Oh, mon Dieu! J´ai du mal á re
reconaître.
En los primeros jueves de mi estancia en París, provisto de un plano, me
dedicaba a conocer las zonas más céntricas y populares de la ciudad de la Luz.
De la carencia surge la necesidad, por eso, poco a poco, fui utilizando el s´il vous plait, merci y otras
muletillas cuando me veía en la necesidad de comprar en la boulangerie y en la magasin de saucisses, pan y embutido con
el que prepararme suculentos bocadillos con los que además de alimentarme,
trataba de no menguar en demasía mi caudal pecuniario. Más que descubrir
monumentos, mi empeño se centraba en conocer cafeterías en los se respirara un
cierto aire de intelectualidad. Me sentía especialmente atraído por las
situadas en la margen izquierda del Sena, en el barrio de Saint- Germain-des-
Prés. Así, conocí entre otras, “Les Deux
Magots”, “Le Procope” o “La Brasserie Lipp”. Otras veces deambulaba por el
barrio bohemio de Montmartre y después,
cruzando cualquiera de los puentes, me adentraba en Montparnasse.
El aprendizaje de Madrid me sirvió para entrar a fisgar en muchos de los
cafés literarios que salían a mi paso. Entraba con descaro en el que despertaba
mi interés, pasaba unos minutos en su interior echando una ojeada como si
estuviera buscando a alguien y después de tomar nota del ambiente que allí se
respiraba, salía con rostro afectado como si el inventado desencuentro me hubiera
contrariado. Estaba claro que hacer una consumición en cada visita, hubiera
desequilibrado mi presupuesto. Por fin en “Les Deux Magots” encontré acomodo.
Dentro del café, varios corrillos de intelectuales cambiaban impresiones sin
que pusieran pegas si alguno acercaba su silla. Así fue como me agregué a uno,
que por estar compuesto por gente de mi edad, me pareció el más apropiado. Mi
mutismo fue prontamente descubierto por Gérard, un individuo de aspecto bohemio
y gesticulación amanerada, que muy amablemente me preguntó:
—Tu es étranger?, n'est-ce pas?
Y sin darme tiempo a responder a aventuró a
seguir haciéndome la filiación.
—Portugais? Espagnol?
—Je suis espagnol—respondí tímidamente.
—Entonces te hablaré en español, aunque no lo
pronuncie del todo bien, pero creo que nos entenderemos. ¿Cómo es que has
decidido visitarnos?—preguntó interesado.
—Estoy haciendo un cursillo en la Sorbona sobre
literatura francesa
—Eso es muy interesante, mon ami.
—Sí, resulta muy enriquecedor conocer a los
grandes escritores de Lengua francesa, además de que me sirve para poder
manejarme con vuestro idioma. Lo malo es que únicamente puedo venir a estas
interesantes charlas los jueves, que es
el día en que no tengo que asistir a clase.
Gérard comprendió mi situación. Me dio
conversación toda la tarde e incluso tuvo el detalle de acompañarme hasta la
Rue Royale.
—À jeudi! — me dijo al despedirse.
Un vaso de leche y unos pastelitos fueron
suficiente cena, para que aquella noche durmiera satisfecho pensando que había
conseguido entrar en un Círculo literario parisino.
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