domingo, 15 de noviembre de 2020

 


PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (72)

CAPÍTULO X

La Ambición


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El discurso debió de dejar agotado a don Julián, que volviendo a su postura inicial, llenó repetidamente sus pulmones con el veneno del humo de su habano, que para él suponía aspirar vida, y me invitó cortésmente a que le dejara en la soledad de su estancia. Lo que me acababa de comunicar debía pertenecer a su “yo” más íntimo. Era prueba evidente del aprecio que sentía por mí, y por su respiración agitada noté que para él no había resultado fácil comunicármelo.

―Por hoy ya es suficiente. En otra ocasión continuaremos hablando del tema. Asimila lo que te he dicho y comienza desde hoy mismo tu nueva andadura poética. ¡Suerte! ―me dijo, dándome una cariñosa palmadita en la espalda.

Ya en la calle, aspiré con fruición el aire primaveral y me senté en un banco frente al edificio de Correos. Allí me pregunté la extraña coincidencia existente entre madame Stéphanie y don Julián. Además de haberme citado expresamente a santo Tomás, en su conocido “de lo sencillo a lo complicado”, ambos me presentaban modelos a seguir, tanto en el mundo de la literatura como en el de la música, que eran “el ayer”, y otros más cercanos, que eran “el hoy”, y me citaban, como medio para poder superarme en la tarea diaria, la palabra “evolución”. Este vocablo, que hasta la fecha sólo conocía de mis clases de Biología, atribuido a Darwin en su teoría sobre las variaciones anatómicas de las especies, venía a ser ahora la clave para que mi mente fuera pasando desde estadios primitivos a otros más complejos. Y comprendí en aquel instante por qué mis gustos habían cambiado desde los anteriores de niño a los actuales de adolescente, y también explicaba que mis primeros poemas me parecieran ahora un tanto pueriles. La evolución era la clave por la que un día me fijé en Cécile, y la razón por la que cada instante que pasaba me sentía más atraído por ella, y seguramente también, la evolución jugaría un papel importante en el futuro desarrollo de mi devenir como poeta.

Una duda, sin embargo, estremeció mi cuerpo cuando reanudé mi marcha, camino de casa. ¿Sabría mi mente evolucionar para admitir que, con el tiempo, Cécile no fuera tan sugerentemente atractiva? ¿Llegaría a amarla con tanta intensidad cuando su cuerpo fuera semejante al de las ancianas del asilo? Estas dudas existenciales no me dejaron conciliar el sueño aquella noche y me hice el propósito de preguntárselo a don Julián en cuanto tuviera ocasión. La evolución de la mente me parecía totalmente necesaria, pero la evolución del cuerpo, hasta alcanzar la decrepitud y la muerte, se me antojaba un castigo demasiado cruel, imaginando el ocaso de la belleza de mi amada.

Fotografía de Óscar Ibañez Fernández.

                                           

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