EL ABRAZO (1ª Parte)
Relato finalista del XXIII Certamen
Literario. Diputación de Valladolid
El día en que Isabel pudo abrazar a Valentín,
asustadas, volaron a cientos las palomas acurrucadas en el campanario de la
iglesia. Fue un abrazo explosivo, coreado de vítores y aplausos por medio
centenar de convecinos, y de tal violencia, que hizo pensar al conductor de la
ambulancia que había traído a Valentín, que no se volvería de vacío.
Una historia de amor puede resumirse en un flash, pero se cuece a fuego lento en
los años en que una pareja convive. Así ocurrió en este caso. Hacía algo más de
cuarenta años que Valentín, un apuesto y fornido joven, fue contratado por don
Miguel, el ricachón del pueblo, para que hiciera todos los trabajos que un
hombre puede realizar en una explotación agrícola. A cambio, Valentín recibía
un salario ridículo y el poder utilizar como vivienda una cabaña situada a
medio camino entre la última casa del pueblo y el pozo desde el que se bombeaba
el agua de la que personas y animales subsistían en aquel páramo, falto de
vegetación y sobrado de escarcha y sol, según la estación que tocara.
La vida de Valentín transcurrió sin sobresaltos
hasta que conoció a Isabel, en las fiestas de la Virgen de la Sobradilla, en
una calurosa tarde de primeros de septiembre. En el baile había un buen plantel
de mozas garridas, pero como sucede cuando el amor clava sus dardos, él se
quedó como petrificado al apreciar, bajo el pañuelo que cubría la cabeza de una
de esas muchachas, una sonrisa que contenía toda la alegría del mundo y unos
ojos claros y azules, como el mar que había visto de niño en un grabado de la
enciclopedia Álvarez. No cejó en maniobras de acercamiento hasta conseguir que
sus cuerpos quedaran encarados. Al primer requiebro, ella, sonrojándose, bajó
la cabeza, detalle que a él le gustó sobremanera, y más cuando, al cabo de dos
bailes, al decirle que era muy bella, le sonrió tímidamente. Antes de que el
festejo concluyera, Valentín ya conocía su nombre y que la muchacha vivía en un
pueblo limítrofe. Con estos datos, comenzó a construir toda suerte de
estrategias para volver a ver a quien había robado su corazón. Para ello,
solicitó al patrón que le permitiera pastorear las ovejas, oficio del que sus
compañeros huían pero que a él le daba la posibilidad de contemplar desde un
altozano, situado en la linde de su pueblo, las casitas del pueblo de Isabel e
imaginar así mil proezas amorosas. Un día, no pudiendo aguantar más el ansia
emocional, dejó a las ovejas careando y se lanzó ladera abajo, hasta culminar
su carrera en la fuente donde las mujeres acudían a llenar el cántaro. Con
paciencia esperó a que Isabel llegara para llenar su vasija, y sin pensárselo
dos veces le declaró sus intenciones. Un abrazo fugaz e intenso hizo temblar el
agua del cántaro y fue la confirmación de amores aceptados, significando el
comienzo de una relación que se culminaría en la iglesia del pueblo, algunos
meses después.
A partir de ese momento, el amor fue venciendo las
mil fatigas diarias del cotidiano vivir. Al hogar fueron llegando bocas,
llantos infantiles y mil necesidades que Isabel y Valentín trataban de capear.
Ella, afanándose día y noche en el cuidado de los pequeños, y él buscándose un
trabajo adicional en la cantina del pueblo, después de haber cumplido con sus tareas agrícolas. Además de
unas perrillas, esta ocupación le sirvió para conocer un oficio que, a la
postre, le sería de gran utilidad.
Como esos dos trabajos no daban para cubrir las
necesidades familiares, después de sopesar pros y contras, el matrimonio
decidió comenzar una nueva vida en un pueblo situado a más de cincuenta
kilómetros de donde residían, animados por la noticia que les hizo llegar el
panadero: "En Alborada de Arriba se han quedado sin bar por culpa de una
mala enfermedad que se ha llevado por delante al cantinero. Creo que dan buenas
condiciones. Ahora vosotros sois los que decidís".
Con cuatro cachivaches mal contados y con la ayuda
del señor Arcadio, que les cedió para el transporte un carro desvencijado y
una mula vieja, pusieron rumbo a su
nuevo destino, con la ilusión de conquistar su particular Oeste. Se acomodaron
en un caserón frío y desangelado, situado junto al bar del pueblo, vivienda que
les proporcionó el alcalde gratuitamente a cambio de que atendieran el establecimiento.
(Continuará)
Agradable y diáfana narración. Me quedo picadísimo; esperando la segunda parte. Saludos de David Enrique Flores.
ResponderEliminarCréeme, amigo David, que soy el primero en lamentar que me haya visto a publicar el relato en dos episodios, pero haberlo hecho en uno solo hubiera resultado excepcionalmente extenso. Espero que, al publicar el domingo la segunda parte, tu impaciencia concluya. Gracias por tu escrito. Abrazos..
EliminarNos dejas intrigadisimos esperando la 2å parte , ni idea d cómo puede seguir el relato. Lo esperamos ansiosos.
ResponderEliminarTe prometo que no durará mucho la intriga. El domingo publicaré la 2ª parte y ya conocerás el final. Luego te recomiendo que leas las dos partes seguidas. Gracias por comentar. Saludos.
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