EL ABRAZO (2ª Parte)
Relato finalista del XXIII Certamen
Literario. Diputación de Valladolid
Ya fuera por la amabilidad de Valentín o por los
sabrosos pinchos de tortilla que Isabel preparaba a diario, el negocio fue
prosperando hasta el punto de que los fines de semana se convertía en lugar de
encuentro para vecinos y foráneos. Esto permitió que, en poco tiempo, al
caserón fueran llegando muebles y enseres con los que vestir las antes
desoladas estancias. Pasado el tiempo, el matrimonio sustituyó la bicicleta por
una "Montesa" , y para cuando el hijo mayor hizo la Comunión, los
vecinos del pueblo se sorprendieron al ver que "el del bar" había
adquirido un "seiscientos" de segunda mano.
A la vuelta de unos cuantos veranos, los hijos
varones ya eran capaces de atender el mostrador, mientras las chicas aprendían
de su madre todos los secretos de su buen cocinar. Así, cuando Tomás, un
convecino, se despidió de este mundo tras habitarlo más de ochenta años, sus
herederos decidieran poner a la venta su casa solariega. "¡Es el
momento!" se dijo el matrimonio, y se lanzaron a una experiencia tan
novedosa como incierta, adquiriendo la mansión del difunto, con la intención de
hacer de ella, además de su nuevo hogar, una modesta casa de comidas.
Desde un principio, el negocio funcionó a la
perfección. Por la comarca pronto se corrió la voz del estupendo sabor de los
pichones escabechados, de las manillas de lechazo entomatadas y del cocido de
"la Isabel", que la susodicha cocinaba en el restaurante "LOS
CINCO HIJOS", que así quiso que se llamara esta catedral de la
gastronomía.
Poco tiempo después, además de servir comidas y
meriendas, el lugar pasó a ser el preferido para celebraciones familiares, pues
el avispado Valentín decoró con gusto el corralón para que estos
acontecimientos tuvieran el fausto y boato que cada ocasión requería.
Fueron años de prosperidad que compensaron esfuerzos
anteriores, y cuando todo parecía encaminado a, que tras la jubilación, llegara
el merecido descanso, surgió la maldita pandemia y el confinamiento, junto con
el cierre del emporio de sus amores. Durante ese tiempo, Isabel se ocupó de
mantener viva la llama de la esperanza. Con constantes abrazos y caricias
trataba de aliviar la angustia de su marido: "No te preocupes, esto no
durará mucho", "Nuestro amor superará todas las dificultades",
"Por peores momentos hemos pasado"... Hasta que un mal día, Valentín
notó que le faltaban las fuerzas, la respiración se le hacía dificultosa y
empezó a sentir temblores, producto de la fiebre que padecía. Avisado el
médico, las pruebas confirmaron que se había contagiado de COVID y tuvo que ser
ingresado con urgencia en el hospital. Al principio todo fueron ayes y
consternación pues la situación impedía visitar al enfermo y únicamente
contaban con la escueta llamada telefónica con la que los médicos informaban del estado del paciente.
Fue en esos momentos de zozobra e incertidumbre, cuando Isabel pareció
transformarse en una heroína. Recordó con nostalgia el cuidado siempre solícito
de su marido, los besos apasionados de los primeros años, los otros más
sosegados de los siguientes y el abrazo que siempre les enlazaba antes de
dormirse, y decidió, a lo Juana de Arco, rebelarse contra el destino,
capitaneando los ánimos de la desanimada familia. "Vuestro padre volverá
—decía—. Él siempre ha sido fuerte y vencerá el virus. No perdamos la esperanza".
A solas, lloraba preguntándose si lo que proclamaba
por los rincones del restaurante lo creía realmente o si era solo producto de
una mente enfebrecida por el deseo de abrazar a su marido. Afortunadamente, del
hospital llegaron noticias esperanzadoras, y para cuando permitieron abrir el
restaurante, les comunicaron que en unos pocos días el paciente recibiría el
alta. Isabel preparó con esmero el recibimiento. Globos, serpentinas y un
enorme letrero en el que se leía ¡BIENVENIDO! engalanaban paredes y cuadros del
vestíbulo, e incluso la previsora mujer ordenó tener preparada para la ocasión
la crema de calabacines, el bacalao al pil pil y esos bollos con crema
pastelera que constituían el menú preferido
de su esposo.
El día en que Isabel pudo abrazar a Valentín fue una
jornada inolvidable. El cariño se desbordó por la casa, e hijos y nietos
contemplaron la forma con que sus predecesores se dedicaban besos y arrumacos,
como si quisieran confirmar con sus manos que la presencia del otro era real.
El tiempo regresó al momento del primer abrazo cuando el agua del cántaro
tembló por el impulso de los enamorados y a todas y cada una de las noches en
las que, abrazados, soñaban juntos.
Al atardecer, las palomas fueron poco a poco
regresando al campanario de la iglesia. La última en retornar al nido vio
apagarse la luz del dormitorio en donde Isabel y Valentín reposaban felices al
saberse juntos de nuevo.
Simpátiquísima narrativa y encantador final. Gracias, Carlos, por brindarnos la segunda parte de tu galardonada historia. Felicidades al poeta de Valladolid. Saludos de David Flores.
ResponderEliminarGracias inmensas por tu benevolente comentario. Te deseo una noche de abrazos, David Flores.
EliminarGracias que la normalidad nos protege en la actualidad. La salud alimenta el alma.... y el cariño ,las caricias y los abrazos, son necesarios siempre. moak. Delicado relato salud, y saludos para ti.
ResponderEliminarNo puedo entender unas sanas relaciones sociales sin el abrazo oportuno en el encuentro y en la despedida. Tampoco puedo entender ninguna relación amorosa que no se asiente sobre miradas cómplices y caricias inesperadas que abren horizontes de cariño a los amantes. Gracias por tu comentario. Saludos agradecidos.
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