domingo, 11 de septiembre de 2022

 

EL ABRAZO   (2ª Parte)

Relato finalista del XXIII Certamen Literario. Diputación de Valladolid

 

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Ya fuera por la amabilidad de Valentín o por los sabrosos pinchos de tortilla que Isabel preparaba a diario, el negocio fue prosperando hasta el punto de que los fines de semana se convertía en lugar de encuentro para vecinos y foráneos. Esto permitió que, en poco tiempo, al caserón fueran llegando muebles y enseres con los que vestir las antes desoladas estancias. Pasado el tiempo, el matrimonio sustituyó la bicicleta por una "Montesa" , y para cuando el hijo mayor hizo la Comunión, los vecinos del pueblo se sorprendieron al ver que "el del bar" había adquirido un "seiscientos" de segunda mano.

A la vuelta de unos cuantos veranos, los hijos varones ya eran capaces de atender el mostrador, mientras las chicas aprendían de su madre todos los secretos de su buen cocinar. Así, cuando Tomás, un convecino, se despidió de este mundo tras habitarlo más de ochenta años, sus herederos decidieran poner a la venta su casa solariega. "¡Es el momento!" se dijo el matrimonio, y se lanzaron a una experiencia tan novedosa como incierta, adquiriendo la mansión del difunto, con la intención de hacer de ella, además de su nuevo hogar, una modesta casa de comidas.

Desde un principio, el negocio funcionó a la perfección. Por la comarca pronto se corrió la voz del estupendo sabor de los pichones escabechados, de las manillas de lechazo entomatadas y del cocido de "la Isabel", que la susodicha cocinaba en el restaurante "LOS CINCO HIJOS", que así quiso que se llamara esta catedral de la gastronomía.

Poco tiempo después, además de servir comidas y meriendas, el lugar pasó a ser el preferido para celebraciones familiares, pues el avispado Valentín decoró con gusto el corralón para que estos acontecimientos tuvieran el fausto y boato que cada ocasión requería.

Fueron años de prosperidad que compensaron esfuerzos anteriores, y cuando todo parecía encaminado a, que tras la jubilación, llegara el merecido descanso, surgió la maldita pandemia y el confinamiento, junto con el cierre del emporio de sus amores. Durante ese tiempo, Isabel se ocupó de mantener viva la llama de la esperanza. Con constantes abrazos y caricias trataba de aliviar la angustia de su marido: "No te preocupes, esto no durará mucho", "Nuestro amor superará todas las dificultades", "Por peores momentos hemos pasado"... Hasta que un mal día, Valentín notó que le faltaban las fuerzas, la respiración se le hacía dificultosa y empezó a sentir temblores, producto de la fiebre que padecía. Avisado el médico, las pruebas confirmaron que se había contagiado de COVID y tuvo que ser ingresado con urgencia en el hospital. Al principio todo fueron ayes y consternación pues la situación impedía visitar al enfermo y únicamente contaban con la escueta llamada telefónica con la que los  médicos informaban del estado del paciente. Fue en esos momentos de zozobra e incertidumbre, cuando Isabel pareció transformarse en una heroína. Recordó con nostalgia el cuidado siempre solícito de su marido, los besos apasionados de los primeros años, los otros más sosegados de los siguientes y el abrazo que siempre les enlazaba antes de dormirse, y decidió, a lo Juana de Arco, rebelarse contra el destino, capitaneando los ánimos de la desanimada familia. "Vuestro padre volverá —decía—. Él siempre ha sido fuerte y vencerá el virus. No perdamos la esperanza".

A solas, lloraba preguntándose si lo que proclamaba por los rincones del restaurante lo creía realmente o si era solo producto de una mente enfebrecida por el deseo de abrazar a su marido. Afortunadamente, del hospital llegaron noticias esperanzadoras, y para cuando permitieron abrir el restaurante, les comunicaron que en unos pocos días el paciente recibiría el alta. Isabel preparó con esmero el recibimiento. Globos, serpentinas y un enorme letrero en el que se leía ¡BIENVENIDO! engalanaban paredes y cuadros del vestíbulo, e incluso la previsora mujer ordenó tener preparada para la ocasión la crema de calabacines, el bacalao al pil pil y esos bollos con crema pastelera que constituían el menú preferido  de su esposo.

El día en que Isabel pudo abrazar a Valentín fue una jornada inolvidable. El cariño se desbordó por la casa, e hijos y nietos contemplaron la forma con que sus predecesores se dedicaban besos y arrumacos, como si quisieran confirmar con sus manos que la presencia del otro era real. El tiempo regresó al momento del primer abrazo cuando el agua del cántaro tembló por el impulso de los enamorados y a todas y cada una de las noches en las que, abrazados, soñaban juntos.

Al atardecer, las palomas fueron poco a poco regresando al campanario de la iglesia. La última en retornar al nido vio apagarse la luz del dormitorio en donde Isabel y Valentín reposaban felices al saberse juntos de nuevo.

 

FIN

 

 

 

4 comentarios:

  1. Simpátiquísima narrativa y encantador final. Gracias, Carlos, por brindarnos la segunda parte de tu galardonada historia. Felicidades al poeta de Valladolid. Saludos de David Flores.

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    1. Gracias inmensas por tu benevolente comentario. Te deseo una noche de abrazos, David Flores.

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  2. Gracias que la normalidad nos protege en la actualidad. La salud alimenta el alma.... y el cariño ,las caricias y los abrazos, son necesarios siempre. moak. Delicado relato salud, y saludos para ti.


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  3. No puedo entender unas sanas relaciones sociales sin el abrazo oportuno en el encuentro y en la despedida. Tampoco puedo entender ninguna relación amorosa que no se asiente sobre miradas cómplices y caricias inesperadas que abren horizontes de cariño a los amantes. Gracias por tu comentario. Saludos agradecidos.

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