jueves, 24 de noviembre de 2022

 

PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (91)

CAPÍTULO VI

El cursillo de verano

 

 

 

 

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Los días siguientes transcurrieron con tanta celeridad que, sin percatarme, comenzó a desgranarse el mes de agosto. Pensando en mi desarrollo personal, mi señor padre había confeccionado un férreo horario que debía cumplir a rajatabla; pero por increíble que pudiera parecer, el sometimiento a tal disciplina no impedía que al finalizar la jornada me encontrara satisfecho con las actividades realizadas, no pareciéndome nunca un día igual al anterior. Mi primo se encargaba de instruirme en todo lo que él consideraba imprescindible; pensaba que cuando acabaran las vacaciones, tendría que estar apto para afrontar el invierno con la madurez que supuestamente me faltaba, y lo hacía con tanto celo que buscaba mil distracciones con tal de que no me aburriera en el aprendizaje. Por las mañanas, antes de las diez, Jeremías esperaba a que Tinín acabara de desayunar, apoyado en la fachada de Rosario, la Peineta, sin atreverse a traspasar el umbral de nuestra casa para no molestar al abuelo, y los tres asistíamos al cursillo en el que don Lucio, machaconamente, se afanaba en trasmitir sus conocimientos, obligándonos previamente a la recogida de piedras. Haciendo montones, aprendí la supuesta forma del Sistema Central e Ibérico; con ellas dibujé el contorno de varios animales, e incluso para disputar series de cincuenta metros lisos, las lanchas le eran imprescindibles para señalar las calles. Como a la salida teníamos que sacarlas de la huerta, a Jeremías le pareció muy justo que, si a Cirilo, el Alpargata, le habíamos dado la oportunidad de conocer el Mediterráneo, ¿por qué no invitar a otros vecinos a conocer la Sierra o a hacerse la idea de cómo era una Olimpiada? De esta manera, durante una semana, a las puertas de los corrales y traseras por los que pasábamos de regreso a casa, íbamos dejando la impronta pétrea de nuestra presencia. Jeremías era tan meticuloso en el reparto que cuando nos relataron de nuevo el Alzamiento Nacional, acaparó los hitos de Ceuta y Melilla y los transportó a la puerta de Teresa la Africana para que «se sintiera como en casa».

A la hora en la que los mayores disfrutaban de la siesta, solíamos acudir al regato, donde continuaba con otro cursillo: el que me impartía Jeremías para ver si de una vez por todas conseguía pescar ranas. Si el calor nos apretaba, a media tarde nos zambullíamos en el pilón de riego de Arturo el Viseras, con el calzoncillo como traje de baño, del que mi primo se despojaba en ocasiones para ocultar los palominos. Allí comprobé «in situ» cómo la herramienta que me caracterizaba como hombre tenía mucho que aprender de la de mi joven profesor: morcillona, trompetera e indiferente al contacto del agua; eso, por no hablar de los bíceps: escuálidos montículos en mis antebrazos y dos bolas de acero en los de Jeremías.

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4 comentarios:

  1. Buenos dias un buen despertar maravilloso 👏 💕 😊 😘

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    1. Buenos días, amigo/a. Me alegro que tu despertar haya sido maravilloso y espero, que del mismo modo, pases el resto de la jornada. Saludos.

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  2. Ya puse mi opinión gracias 💖

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    1. Muchas gracias por dar tu opinión en Facebook, supongo. Deseo que sigas colaborando siempre que puedas. Feliz fin de semana.

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