UN AMOR SUPERADO
En París, la lluvia caía lenta, pero
persistentemente, en una jornada en la que el tráfico rodado era intenso, como
casi siempre, y los viandantes se apresuraban a ultimar sus compras en los
elegantes comercios de la rue de Saint- Honoré. A medida que la oscuridad se iba
apoderando de la tarde, se encendía la luz de los establecimientos para devolver a la calle la vistosidad y el
colorido que nunca le faltaba.
Andrés disfrutaba contemplando desde la ventana de
un lujoso apartamento, el ir y venir de las gentes, el desfile de paraguas de
mil diseños diferentes y esa fiebre compradora que era parte muy importante de
su éxito profesional. Cuando llegó a París, apenas había cumplido los
veinticuatro y pasó días de incomprensión y carencias de todo tipo cuando
ofrecía tienda tras tienda sus diseños, siendo la negativa la respuesta
recibida en su mayoría. Cuando, por fin, Madame Juliette, se fijó en su
creatividad y creyó en él, su vida experimentó un cambio radical. En pocos
meses pasó de ocupar una apartada mesa en la sala de diseñadores a un despacho
con varios empleados a su cargo, atentos a cualquiera de sus indicaciones. Sin
duda, la novedad del diseño que creaba era tan imaginativa y se adaptaba tan
bien a lo que las mujeres francesas deseaban, que Madame Juliette estaba tan
encantada con su trabajo y con la forma en la que crecían sus ingresos, que
aumentándole el sueldo cada temporada, impedía que su delfín no cayera en la
tentación de abandonarla para irse a trabajar con alguna firma dela
competencia.
Sin embargo, hasta alcanzar estas cotas de confort,
Andrés había pasado por momentos de gran inestabilidad emocional. Hacia algunos
años, siendo estudiante de Arquitectura, conoció a Reme, una joven encantadora
de carácter inconformista con la que empezó a flirtear, después a salir, y por
último, a comenzar una relación de sabor agridulce, pues a momentos de intensa
felicidad seguían otros en los que parecía existir entre ambos un muro de
indiferencia. Cuando Andrés le preguntaba el motivo de este comportamiento,
ella respondía con evasivas, hasta que requerida una vez más por su novio
confesó que en sus planes de futuro no figuraba él como protagonista y que su compañía era un mero divertimento y un aprendizaje para la vida que un
día soñaba tener. Al escucharla, Andrés creyó volverse loco, dejó de
interesarse por el mundo que le rodeaba y cayó en una depresión de la que supo
reaccionar a tiempo tomando una drástica decisión: Abandonó los estudios de
Arquitectura y huyó a Francia para enfrentarse a un futuro incierto, contando únicamente con su experiencia como dibujante y una facilidad innata para el diseño de ropa.
Durante los primeros años, el recuerdo de Reme,
martilleaba su mente haciéndole sufrir lo indecible. El tiempo se encargó de ir
cerrando la herida a lo que contribuyó Sylvie, una estudiante de la Sorbonne,
con la que congenió a los pocos meses de su llegada a París. Desde entonces, el
amor les había unido en la penuria de los primeros tiempos y en los
confortables momentos actuales. "¡Treinta años!—pensó Andrés, retirándose
de la ventana—Treinta años desde que tuve la dicha de conocer a esta
encantadora criatura".
Miró el reloj comprobando que tan solo faltaban veinte minutos para encontrarse con Sylvie en "Le Village", una
cafetería de la rue Royale. Se enfundó la gabardina, tomó un paraguas y se
dirigió con paso decidido hasta donde le esperaba su amor.
Muy a tono, como siempre, Carlos. A continuar en la buena senda. Un abrazo.
ResponderEliminarOjalá que el tono se mantenga para que los buenos lectores continúen por la senda que trazo con mis escritos. Abrazos.
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