FÁBULA DE LA ENCINA Y EL ALCORNOQUE
En una extensa dehesa en la que convivían diversas
especies arbóreas, la casualidad propició que una robusta encina y un no tan
longevo alcornoque estuvieran separados por tan solo unos pocos metros de
distancia. La encina poseía un tronco de gran grosor y una copa hermosa y soportaba,
como el alcornoque, los rigores de las temperaturas extremas y la falta de
humedad, pero al gozar de mayor envergadura y por su innato deseo de hacer el
bien siempre que podía, protegía a su vecino del viento y de los ardientes
rayos solares cuando el calor apretaba en el verano.
La bondadosa encina se sentía feliz cuando en los
días de tormenta cobijaba a cuantos animalitos buscaban refugio bajo sus ramas
para después, gustosamente, proporcionar humedad a insectos, gusanos y
pajarillos. Por contra, el alcornoque se disgustaba si en sus dominios alguien
osaba establecerse, porque aseguraba que esa humedad del terreno le pertenecía
a él.
Cuando llegó la primavera, ambos árboles se alegraron
con la aparición de flores; amarillas, en el caso de la encina y blancas, las
del alcornoque. Su vistosidad no duró mucho porque, como es bien sabido, tras
la polinización fueron perdiendo prestancia a la vez que nacían en su lugar el
inicio de una bellota que con el paso del tiempo se convertiría en un fruto
maduro y apetecible. Al llegar septiembre, el alcornoque se pavoneaba feliz de
su hermosura poseyendo tal cantidad de frutos que le convertían en un árbol
extremadamente vistoso, aunque su felicidad fue disminuyendo a medida que las
bellotas se desprendían de sus ramas cayendo al suelo. Sin duda, su orgullo le
impedía recordar este proceso anual. Sin embargo, la encina no se enfadaba
sabedora de que el destino de las bellotas era servir de alimento a una piara
de cerdos con el comienzo de la
montanera.
Cuando los gorrinos empezaron a dar buena cuenta de
las bellotas, los ayes del alcornoque se escucharon en la dehesa y, al decir
del porquero, el tronco pareció retorcerse de dolor. Mientras tanto, la encina
veía con satisfacción cómo sus bellotas servían para engordar a unos simpáticos
animales que más tarde proporcionarían un excelente alimento a los humanos.
MORALEJA: Te sentirás feliz cuando procures que
otros lo sean.
La Excelencia es amiga de la ciencia amigo. Excelente escritor de ensisadora armonia.Que ilusiona!
ResponderEliminarMi agradecimiento más sentido al autor de este comentario. Yo trato de conseguir que mis publicaciones gusten a todo tipo de personas independientemente de su edad, credo y condición, para que mi mensaje sea lo más universal posible. Muchas gracias, amable comunicante. Saludos.
EliminarAsí, sentirse feliz de que otros también consigan cosas buenas
ResponderEliminarUn alma noble siempre se alegrará con el bien de los demás. Si además el que procura ese bien es él mismo, su espíritu recibirá una satisfacción indescriptible. Gracias por el comentario. Saludos en este Domingo de Gaudete.
EliminarPues si, estupenda moraleja, aunque es difícil llegar a ese punto de solidaridad.
ResponderEliminarAmable lector, "nothing is impossible", dicen los ingleses y tienen razón.
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