jueves, 12 de enero de 2023

 

HISTORIAS DEL AYER

 

 

El tiempo juega a favor de la memoria. La  endulza, eliminando las múltiples aristas que hicieron que, en su momento, los hechos no sucedieran de modo tan plácido como ahora los recordamos.

Flor era mi vecina del tercero. Me parecía toda una señora de edad cuando, seguramente, no habría alcanzado los cuarenta, pero para un niño de seis años esa es la impresión que dejó en mi intelecto. Siempre arreglada y pulcra, subía las escaleras acariciando el pasamanos, mientras la madera de la casa de finales del XIX, en que vivíamos, crujía armónicamente respondiendo a sus pisadas. Para todo el vecindario, la señorita Flor era una dama distinguida que sabía mantener a buen recaudo su trabajo, sus aficiones y sus amores. Algunos la habían visto salir de unas oficinas militares, lo que podía explicar, en aquellos convulsos años cincuenta, un nivel adquisitivo superior al de sus vecinos de escalera, concretado en una exquisita vestimenta y ese rastro de  delicado perfume con el que aromatizaba las entradas y salidas de nuestro portal.

Esta misteriosa señora debió de sentir alguna predilección por mis rizos rubios y mi frágil aspecto y un buen día pidió permiso a mis padres para que subiera a hacerle compañía. "No sé cuánto tiempo aguantará—apostilló mi, madre—. Es un niño inquieto y revoltoso". Flor me tomó de la mano y me introdujo en un piso abuhardillado en que el que, sin grandes lujos, todo rezumaba limpieza. Después cambiarse de ropa en una alcoba, apareció ante mí con una ceñida bata de seda y unas zapatillas a juego adornadas con unos graciosos pompones, Después, colocó un vinilo sobre el reluciente gramófono y una música atronadora invadió el espacio."No te tapes los oídos—me dijo con cariño—estás escuchando a Beethoven; Beethoven es lo más. Quien no ha escuchado a este compositor no puede hacerse una idea de lo que será vivir en el Paraíso". Pretextando un inexistente dolor de barriga, bajé corriendo las escaleras hasta alcanzar mi piso. Estaba asustado, siéndome imposible recordar el nombre de aquel músico de sonidos estridentes.

"Hoy vas a escuchar sonidos más suaves"—me dijo al día siguiente. Fue la primera vez que la señorita Flor supo captar mi atención, bailando con una imaginaria pareja, valses de Johann Strauss."Viena es una ciudad encantadora—me decía—Cuando seas mayor tienes que conocer Viena, si quieres saber qué es una ciudad de ensueño".

En días sucesivos era yo quien la esperaba a su vuelta del trabajo o quien subía a su casa sin previo aviso. Siempre se sentía feliz con mi compañía y siempre me deleitaba con música clásica acompañando las audiciones con pedagógicas y amenas charlas que se interrumpían cuando escuchábamos tres golpes y repique procedentes del llamador del portal.

"Tienes que marcharte, cariño mío, un señor viene a buscarme". Nunca llegué a saber el nombre de ese "señor" al que llegué a aborrecer por interrumpir momentos en los que me sentía feliz, y al que más tarde llegaría a odiar, cuando la señorita Flor, con el halo de misterio que la acompañaba siempre, se mudó a un lugar desconocido, dejándome como recuerdo un vinilo que contenía la música de la Marcha Radetzky.

Ahora, cuando la interpretan (generalmente al comenzar el año), siguiendo el compás, aplaudo con fuerza por mi querida señorita Flor que, desde el Cielo, se sentirá feliz por haberme iniciado a soñar, escuchando  Música Clásica.

 

Fotografía de David Dubnistkiy.

 

Marcha Radetzky : https://youtu.be/8xf2yK6mn14

 

 

 

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