domingo, 22 de enero de 2023

 
 PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (92)


CAPÍTULO VI

El cursillo de verano

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 ―Como no hagas gimnasia ―me sugirió― no tienes nada que hacer con las mujeres. Ellas siempre quieren que el hombre esté cachas; es lo que más aprecian después del dinero. Esto me lo ha contado el tío Caparras que, a pesar de no catarlas, de mujeres entiende un montón. Yo creo que además del acarreo de piedras ―siguió diciendo― te voy a preparar un saco lleno de trigo para que lo subas y lo bajes unas cuantas veces al día. No sólo has de ser mi primo, sino también parecerlo ―sentenció.

Por expreso deseo de mi madre, casi siempre merendábamos en casa del abuelo. A ella le preocupaba la deficiente y monótona alimentación de Jeremías, y estaba convencida de que proporcionándole hidratos de carbono y proteínas a destajo, podría engrosar su escuálida figura. La invitación era un ejercicio de estudiada delicadeza, pues trataba por todos los medios no herir el orgullo de su sobrino. Tenía presente el consejo con el que ella misma aleccionaba a Margarita cuando, juntas, atendían en Valladolid a los pobres de la parroquia: «Una gran señora es aquella que sabe hacer de la limosna un regalo», y lo aplicaba haciendo creer a Jeremías que, aceptando media barra de pan con lo que fuera, la beneficiada era ella.

―Toma, Jeremías ―le decía―; prueba este bocadillo de sardinas en aceite, a ver si Tinín se fija en ti y aprende a comer deprisa otros alimentos que no sean jamón dulce o el dichoso chocolate.

Ni que decir tiene que Jeremías era un ejemplo inigualable engullendo las viandas a la vista del pequeño, con una velocidad endiablada.

La jornada continuaba dándonos una vuelta por el pueblo. Entrábamos en los bares para distraernos, observando el ambiente, esperando, según decía Jeremías, que al verme algún pariente nos invitara a cacahuetes o a tomar un refresco. Antes, mi primo se aseguraba de que su padre no estuviera «desahogándose» en la barra con el Entrepierna y el Veo Doble, bebiendo clarete a destajo hasta acabar existencias, porque el Mecagüen le tenía advertido: «¡Mecagüen… Sansón y el que la uva pisó! En la cantina, no te quiero ver ni en pintura. Como te sorprenda un día bebiendo: te eslomo. Con un borracho en casa es suficiente».

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