jueves, 26 de enero de 2023

 

PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (92)

CAPÍTULO XII

La Tolerancia

 



 

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No hubo “Te Deum” de Charpentier ni ninguna otra melodía anunciadora cuando mi padre, ante la atenta mirada de mi madre, me hizo saber, en el salón donde acostumbraba a hacer los grandes pronunciamientos, la decisión que había tomado respecto a mi inmediato futuro:

―Después de considerar tu obstinada actitud y tu emperramiento en la alocada decisión de llegar a ser poeta, tu madre y yo hemos decidido que puedes seguir el camino emprendido. A partir de ahora tendrás vía libre para escribir cuanto quieras. Tan sólo te impongo una condición: tienes que ser el mejor. Recuerda que eres un González- Hontañera y que mis antepasados se revolverían en sus tumbas si no fueras capaz de igualar al menos al mismísimo Zorrilla. Como necesitarás preparación para alcanzar tan noble fin, tienes el paso expedito para que, a mi pesar, estudies Filosofía y Letras. En cuanto al veraneo ―continuó diciendo―, puedes quedarte en casa de tía Gertru. Nosotros este año nos iremos con tata Lola a pasar unos días de asueto en Cervera de Pisuerga. Creemos que sin la prole, nuestro descanso será mayor. Tal vez pueda prestar a tu madre la atención que merece y que, por motivos laborales, le he estado hurtando durante mucho tiempo. ¿No es así, Consuelo?

Mi madre asintió, y yo, aunque estaba advertido por Tinín del cambio de actitud paterna, me alegré infinito de que por fin se esfumaran las malas caras y las tiranteces pasadas. Para corresponder al discurso de mi progenitor de la forma que a él le gustaría escuchar, respondí muy serio:

―Gracias papá. Hoy siento mía la sangre heredada. Haré honor al apellido que llevo.

Fui hacia donde se encontraba y recibí un abrazo protocolario y unas palmaditas en mi espalda, que acusó el golpeteo de las huesudas manos de mi padre, tras lo cual, éste se retiró, quedándome la sensación de que, en vez de recibir el perdón, me había entregado el Despacho de alguna graduación militar.

Mi madre, por el contrario, me besó repetidamente mientras me decía:

–¿Ves, hijo, cómo con amor y comprensión se resuelven todos los problemas?

Al repasar la escena en mi cuarto, comprendí, por primera vez, que en mi casa, pese a parecer que se hacía la voluntad paterna, la que conducía sutilmente el devenir de las situaciones difíciles era mi madre. Era ella quien escribía los guiones que mi padre repetía fielmente al dictado. Era ella quien manejaba hábilmente los amorosos hilos que aplacaban los vociferantes aullidos hasta convertirlos en susurrantes balidos. Recordé entonces que en cierta ocasión encontré a don Julián y a doña Rosario totalmente encariñados, después de que el día anterior hubiera asistido, como improvisado espectador, a una pequeña discusión entre ellos. Don Julián pareció adivinar mi pensamiento y, guiñándome un ojo, me citó la estrofa final de “La Soledad Primera”, de Luis de Góngora: “A batallas de amor, campo de plumas”. Por el cambio radical operado en la conducta de mi padre, refrendado por la dulce mirada de mi madre, deduje que un hecho similar se había producido entre ellos.

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2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. No especificas si lo de "sensible" hace referencia a algún personaje del texto o al conjunto del pasaje. De cualquier forma, te doy las gracias por comentar con palabra tan delicada. Feliz día.

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