SUEÑOS
Y...SUEÑOS
Ensimismado en
la conclusión de un poema dedicado, como siempre, a la mujer que le tenía
obnubilada la razón, no se percató de que faltaban tan sólo diez minutos para
llegar al despacho. Rápidamente, se enfundó los pantalones , deslizó el peine
sobre el cabello y agarrando la americana, bajó precipitadamente las escaleras.
Por el camino, extrajo de uno de los bolsillos la corbata y se la anudó al
cuello mientras mentalmente repasaba las estrofas de su reciente composición.
Reconoció, que tampoco hoy, había sabido plasmar sus sentimientos con la
profundidad de los grandes poetas y presintió que aquella tarde no ilusionaría
a su amada con la lectura de unos versos tremendamente lánguidos e
inexpresivos. Habían pasado tan sólo unos meses desde que se conocieran. El
bufete donde él trabajaba, distaba muy poco de un comercio dedicado a la venta
de colchones y somieres, en donde ella prestaba sus servicios. Así, la
proximidad hizo, que ambos coincidieran en una cafetería cercana. Desde el primer
momento sintió por la muchacha una atracción irresistible y cuando tuvo ocasión
de entablar conversación con ella, le manifestó su inclinación por la poesía,
recitándole cada tarde, como prueba de su afición y del creciente deseo de
conquistarla, la lectura de unos versos. En su encuentro diario, ésa era la
excusa perfecta para iniciar la conversación. Sin embargo, a medida que agotaba
el caudal de su exigua producción poética, tenía cada vez más dificultades para
cumplir con el ritual de bienvenida. Aquella tarde, para salir del paso, no
tuvo más remedio que copiar unos versos de Neruda. Al leérselos, notó un brillo
especial en los ojos de su amada.
—Son
exquisitos—dijo, ella—.Sigue componiendo para mí. ¡Quiero seguir soñando con
tus versos!
Viendo nuestro
joven abogado, que le sería imposible continuar con la farsa, no tuvo más
remedio que confesar sus carencias poéticas.
—En realidad,
los versos no son míos. Pertenecen a Neruda. He agotado el caudal de mi parca
inspiración. Sólo quiero hacerte feliz y he buscado unos versos que estuvieran
a la altura de mis sentimientos.
La muchacha
sonrió, agradeciendo la sinceridad del pretendiente, y mirándole a los ojos, le
comentó;
—Agradezco tu
franqueza. ¡Ojalá yo pudiera sincerarme como tú, con mis clientes! Mira: cuando
tengo que vender un colchón, pondero de tal manera su elasticidad y textura,
haciendo tanto hincapié en sus bondades, que
los futuros compradores acaban creyendo que, con tan sólo descansar en
él, sus sueños superarán a los de los
demás mortales. ¿Ves? Yo también falseo la verdad, para conseguir mis
objetivos.
Luego, mirándole
con dulzura añadió:
— Regálame cada
día un poema, aunque no sea tuyo. ¡quiero seguir soñando! ¡quiero que juntos
soñemos!— Y, bajando el tono de voz, casi en un susurro, concluyó diciendo con
una pícara sonrisa:— Cuando llegue el momento, soñaremos juntos.
Fotografía de
Pedro de la Fuente.
Woooww!!!lindo y tierno..la sinceridad es la mejor muestra de amor ❤️🌹
ResponderEliminarAsí lo creo yo también, amable comunicante. Muchas gracias por comentar. Saludos.
Eliminar