PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA"(101)
CAPÍTULO X
La Ambición
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El tiempo pareció detenerse cuando, sentados en el sofá frente a frente, permanecimos mirándonos sin pronunciar palabra. Notábamos únicamente el roce de nuestras manos juguetonas, buscándose torpemente sin acertar siquiera a entrelazarse. La mirada azul de Cécile me traspasaba, trasladándome a un mundo ideal, soñado, que sólo alcanzaba a vislumbrar cuando estaba a su lado o cuando la imaginaba, en la soledad de mi habitación, y la luminosidad de sus pupilas inspiraba mis composiciones poéticas. Ella no apartaba su vista de mi cara, sonriendo con la ternura y la plenitud de quien en ese instante es inmensamente feliz. La candidez que emanaba de su rostro era un soplo etéreo capaz de borrar de mi mente las incertidumbres, los miedos, las inseguridades, los celos, las oscuridades... Todo, absolutamente todo lo negativo que se había acumulado en mi ser por experiencias nefastas, desaparecía de repente empujado por ese soplo que percibía como una suave brisa de amor. ¡Ojalá la hubiera conocido antes!
―Apenas han pasado unos días desde que nos despedimos precipitadamente, ¿recuerdas?, y me ha parecido una eternidad ―fueron sus primeras palabras.
―A mí me ha ocurrido exactamente lo mismo. Únicamente junto a ti el tiempo se detiene. ¡No te imaginas lo que he sufrido al no poder verte!
―Olvidemos la tristeza pasada ―razonó, atusándome el pelo―. Lo importante es que volvemos de nuevo a estar juntos.
Me besó y luego, puestos en pie, nos acercamos al ventanal y permanecimos un rato contemplando el discurrir de las gentes, como si en un vano intento, retrocediendo días atrás, pudiéramos haber formado parte del gentío. Sin decirlo, era nuestra peculiar forma de añorar el tiempo perdido.
Cécile, con los ojos llorosos, rompió de nuevo el silencio para confesarme:
―Te he recordado a cada instante. ¿Existe una prueba de amor mayor que esa? ―me dijo, deslizando suavemente su mano por mi nuca.
―Desde luego que no ―contesté, atrayéndola con mi mano sobre su cadera―. Cuando salgamos esta tarde, te contaré todo lo que he hecho, aunque espero no contagiarte el aburrimiento, que ha sido total. De todas formas, prefiero no decírtelo ahora; creo que en tu casa no tenemos suficiente intimidad.
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Hay Carlos que amor tan intenso, que daría yo por tener ese amor y no estar sola.Begoña.
ResponderEliminarDicen, que si un deseo se persigue con intensidad se acaba por cumplir, así que no pierdas la esperanza, Begoña. Abrazos.
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