PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (102)
CAPÍTULO VII
Se acerca la Fiesta
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―¡Vámonos al pueblo! ―dijo
cogiendo la caña y ofreciendo el saco de yute a Tinín―. ¡Disfrutemos de la Fiesta!
¡Quién me impide mostrarme tal cual soy! Rosita ha de saber que bajo esta
humilde apariencia, puede encontrar el que será el hombre más importante de su
vida. No me importa que hoy no se fije en mí, ni siquiera que pueda divertirse
con otros; al final, caerá rendida en mis brazos cuando descubra que yo los
tengo abiertos siempre dispuestos a abrazarla.
―¿No piensas en la posibilidad
del fracaso? ―le dije a media voz.
―¿Fracaso? ¡Nunca! ¡Jamás
contemplo esa posibilidad! ―respondió con voz de trueno―. El amor siempre
triunfa si, como en mi caso, se persevera con recta intención.
―¿Eso lo has leído en algún
sitio? ―pregunté.
―No leo muchos libros; de
momento, los libros no me hacen falta porque cuando quiero saber algo, acudo al
tío Caparras y él me aconseja.
―Pero… el tío Caparras no sé si
tuvo novia, y si la tuvo… ¡ahora vive solo!
―Y eso qué importa. ¿No le has
oído decir que como más se aprende es observando? El tío Caparras es un experto
observador y escucha todo lo que se dice por ahí. Para mí es como un libro
abierto; si me ha dicho que en el amor la perseverancia siempre triunfa, es que
siempre triunfa, ¿entiendes? ¿Se ha equivocado el viejo alguna vez? ¡Pues
entonces!
A Tinín y a mí sólo nos quedó
seguirle cuando Jeremías decidió, acto seguido, regresar al pueblo. Caminábamos
en fila india, manteniendo el orden jerárquico; en cabeza, silbando una
cancioncilla, iba mi primo. Marcaba el ritmo, golpeando a cada paso la caña
contra el suelo, pareciéndome que la caña era más bien el báculo de un impaciente
peregrino devorador de caminos, deseoso de ganar su jubileo particular en los
brazos de Rosita. Cerraba la formación Tinín, con el saco de yute al hombro,
congestionado por el calor, pero contento por pertenecer al grupo, y entre
medias, yo, que no entendía la obsesión de mi primo porque Rosita cayera en sus
brazos, cuando ella buscaba otros más fuertes en donde refugiarse. Me
preocupaba también mi hermano; no estaba seguro de que pudiese llegar vivo al
pueblo, porque además del saco, llevaba encima una impresionante sofoquina que
le hacía sudar como a un pollo. Si a Tinín le pasaba algo, por pequeño que
fuera, podía dar por concluida mi participación en las fiestas.
Jeremías, demostrando su autoridad, no se
molestó en mirar hacia atrás en todo el trayecto, ni siquiera volvió la cabeza
cuando llegamos a la Plaza, olvidándose incluso de recoger el saco de yute,
pero cuando calculó que la comitiva rompía filas, pronunció en voz alta el
fundamento de su obsesión:
―¡El amor siempre triunfa!
¡Siempre triunfa!
Luego se paró un momento ante el tenderete del
Tío Catorce y, antes de desaparecer de nuestra vista por una
bocacalle, demostró su frustración propinando una patada a un canto que, por
suerte para él, se detuvo antes de impactar en la fachada de la panadería.
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Siempre interesante y con ganas de seguir
ResponderEliminarGracias, amable lector/a. Resulta muy halagador saber que la novela interesa. Estamos próximos a publicar la 6ª edición.
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