domingo, 7 de julio de 2024

 

PASAJES DE “CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA” (103)

CAPÍTULO X

La Ambición

 

 

 

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El día que Daniel me presentó a don Julián Clavijo, tuve la intuición de que su carácter templado y su sonrisa franca avalaban que me iba a sentir a gusto en su compañía, y el tiempo me dio la razón. Cuando llamé a su puerta para recibir la primera clase, oí antes del consabido “Ya va”, el deslizar de sus zapatillas por el pasillo. Al franquearme la entrada, una sonrisa bonachona acompañó su saludo de bienvenida, mientras nubes de humo azulado, desprendidas del puro que sostenían su labios, se mezclaban con el impoluto aire del descansillo.

―Cada vez me cuesta más trabajo andar; voy a dejar una llave del piso debajo del felpudo ―me anunció, con familiaridad―, así podrás entrar sin tener que llamar: eres un joven poeta y la poesía siempre ha tenido el paso expedito en mi casa.

Esta frase, que quedó flotando en el ambiente junto a las volutas de humo, la pronunció cerrando los ojos y levantando los brazos, como si estuviera declamando. Otras muchas muletillas de este tipo escucharía en los días venideros; con ellas jalonaba su exquisita conversación, siempre educada y correcta, tratando en todo momento de no establecer distancias entre profesor y alumno. Al principio desconocía si esas filigranas lingüísticas eran de su propia invención o si procedían de textos ajenos, que retenía en la memoria para adorno de su entretenida conversación. Con el tiempo, y a medida que aumentaban mis conocimientos literarios, me fue desvelando el origen de algunas de estas frases y la obra de la que procedían, aunque, en general, eran producto de su invención y las pronunciaba tan espontáneamente y con tanto gracejo, que le retrataban como un hombre culto y singularmente genial. A mí tanto me daba que fueran suyas o que procedieran de otros escritores, porque lo que yo admiraba de mi profesor era el oportunismo con el que las insertaba en nuestro diálogo y la vena poética que rezumaba al declamarlas.

Las primeras clases fueron algo áridas y de duro trabajo, dado mi supino desconocimiento para poder diferenciar el tipo de oración que se me proponía y el lugar en que debía ubicarla en una clasificación que él se esforzaba en explicarme, atendiendo a si eran simples o compuestas, y dentro de éstas, si pertenecían al grupo de coordinadas, subordinadas o de yuxtaposición, con las consiguientes subdivisiones de cada una de ellas. ¡En fin!, un lío morrocotudo del que no sabía salir airoso, aunque mis fallos nunca le desanimaban, al contrario, recitando teatralmente, me decía: “Tu desconocimiento es enorme, como un océano ―para luego, con un sonrisa, añadir―: Pero no te preocupes, que en lo profundo de los océanos se encuentran los tesoros más valiosos”.

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2 comentarios:

  1. Interesante, te atrapa. Será un placer leer el libro.

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    1. Para el autor es muy gratificante tu comentario. Infinitas gracias. Feliz domingo.

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