jueves, 12 de septiembre de 2024

 



PASAJES DE”CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA”(104)

CAPÍTULO X

La Ambición

 

 

 

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A medida que discurrían los días, sus explicaciones hicieron que, a la par que aumentaban mis conocimientos sintácticos, mis fallos disminuyeran de calibre. Quizás fuera ése el motivo por el que, a partir de entonces, don Julián dedicara menos tiempo a repetir ejemplos gramaticales y más a hablar de lo que constituía su mundo actual y pasado; un mundo, que siendo real, parecía extraído del mejor libro de aventuras, en el que yo me sumergía cada vez que me relataba, con todo lujo de detalles, pasajes de su existencia pasada, con referencias constantes al amor y a la poesía, que para él venían a ser casi la misma cosa. En estas conversaciones, me sentía atrapado por la locuacidad de mi interlocutor y, escuchándole, creía estar leyendo en las páginas de ese libro de aventuras, el mensaje que en aquel preciso instante colmaba mis aspiraciones: entender y comprender los secretos de la vida, expresados literariamente, cuando no, enaltecidos bajo mil formas poéticas. En la forma de contarme sus anhelos, preferencias y, en definitiva, su modo de encarar la vida y aconsejarme, guardaba un cierto parecido con Madame Stéphanie. Como si se hubiera puesto de acuerdo con ella, mencionaba a santo Tomás de Aquino cuando aumentaba progresivamente la dificultad de los ejercicios sintácticos, repitiéndome: “A lo complicado debes llegar a través de lo sencillo”. También era curioso cómo, al igual que aquella, cuando me relataba acontecimientos pretéritos, los narraba con tanto apasionamiento que parecía estar viviéndolos de nuevo. Sin proponérselo, este hecho denunciaba mi apatía anterior, haciéndome consciente de que tenía que vivir con gran intensidad cada instante de mi actual juventud. Pensaba que cuando fuera mayor, yo también tendría que transmitir mis experiencias actuales a las generaciones futuras con igual claridad, aunque no necesariamente estuviera de acuerdo con el mensaje sesgado que, tanto madame Stéphanie” como don Julián, e incluso mi padre, dejaban entrever de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”; en ese punto, creía que a mí no me habría de suceder lo mismo.

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