FÁBULA DE LA ARAÑA CONSTANTE
Como la totalidad de los seres vivientes, no supo
cómo llegó a este mundo. Desde el extremo de una enorme telaraña, veía cómo
pequeños insectos quedaban atrapados en ella. Su madre se encargaba de
paralizarlos, inyectándoles veneno procedente de sus quelíceros. Posteriormente,
mediante la secreción de jugos gástricos, procedía a su digestión externa, que
no era otra cosa que la transformación de su presa en una especie de papilla
que, a continuación, succionaba. Absorbiendo pequeñas porciones de este
alimento, la araña hija fue creciendo hasta que un día, cuando cesó el
suministro de alimento recibido hasta entonces, supo que debía abandonar el
hogar materno.
Con la poca experiencia aprendida desde su
nacimiento, fabricó un hilo de seda que, a modo de vela, la sirvió para que el
viento la desplazara. Así por el aire, llegó hasta un corralón en donde un buen
número de animales, entre los que se encontraban mulas, gallinas, patos y
cerdos, tenían su hábitat y su lugar de recreo y de descanso.
Entre las vigas de un sotechado y con los
conocimientos aprendidos, empezó a construir una rudimentaria telaraña pero,
bien por la fragilidad de la misma o por la dura competencia de arañas vecinas
más expertas, apenas tuvo suerte en sus cacerías y temió morir de hambre.
Animada de un espíritu emprendedor, volvió fabricar
con seda otro hilo, que resultó ser más resistente que el primero y que,
impulsado por el viento, la alejó hasta una granja situada en el otro extremo
del pueblo. Allí, con una menor competencia y adquiriendo día a día la
experiencia necesaria, comprobó que sus telarañas eran cada vez más tupidas y
cazaba sin dificultad el alimento necesario para su subsistencia.
MORALEJA: Sé constante en tu trabajo hasta alcanzar
las metas que te propongas.
Fotografía
de Antonio Nuñez Tordecilla
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