LOS NÚMEROS DE LA
SUERTE
Alfredo era un habitual jugador de la Primitiva sin
que por ello se le pudiera considerar un ludópata, ni mucho menos, porque,
únicamente, se gastaba un euro en cada sorteo. Eso sí, los seis números a los
que apostaba eran cuidadosamente elegidos, pues estaba convencido de que se
relacionaban, de alguna manera, con las circunstancias del mundo que le
rodeaba.
De manera que, por ejemplo, contaba el número de individuos
que se cruzaban con él desde que salía de casa hasta doblar la esquina. Si eran
41, ese guarismo ya figuraría en el boleto. Otras veces, anotaba el número de
balcones de una determinada casa y, por supuesto, si eran 16, ya sabía cuál era
la casilla que señalaría en el impreso. Con estas y otras ocurrencias rellenaba
ese esperanzador papel que habría de hacerle millonario.
La cruda realidad era que jamás llegó a cobrar un
premio importante, tan solo una vez la fortuna le gratificó con 16 euros y, muy
de tarde en tarde, volvía a jugar gratis al acertar el reintegro.
Lo curioso del caso era que Alfredo no desistía de
su original método de tentar la suerte, pues después de que supiera la
combinación ganadora, explicaba perfectamente la aparición de todos y cada uno
de los números ganadores. Si había salido el 4, ese número era coincidente con
el de hermanos que tenía; el 25 eran los euros que recibía de propina
cuando estudiaba en la Facultad; el 19 y el 36 hablaban claramente del año en
que comenzó la Guerra Civil… y así sucesivamente.
La conclusión a la que llegaba siempre era la misma:
Él era el que había fallado por no haber tenido en cuenta los acontecimientos
apropiados y continuaba obsesionado a la
búsqueda de otros diferentes, sorteo tras sorteo.
Su novia, Begoña, le dejaba hacer, dado el pequeño
desembolso semanal, aunque estaba convencida de que la suerte no suele premiar
a quien la persigue. Próximo el día de su
enlace matrimonial, le propuso rellenar ella misma el boleto y eligió
los siguientes números: 1, 3, 10, 20, 24, y 50. “¿En qué te has basado para
formar esa combinación?”—inquirió Alfredo. “Muy sencillo—respondió Begoña— El 1
es porque al casarnos pasaremos a ser una sola carne. Los cuatro números
siguientes se refieren al día de nuestra boda, que será el tres de octubre de
este año y, en cuanto al 50, lo he elegido por ser el más alto y quiero que
sean, al menos cincuenta, los años de felicidad que disfrutemos casados.”
Realizado el sorteo, tampoco esta vez hubo suerte,
pero Alfredo se dio por satisfecho al comprobar que con Begoña era la primera
vez en que había acertado plenamente.
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