CAPÍTULO VII
Se acerca la Fiesta
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La busqué por
toda la casa, hasta encontrarla en el comedor, sentada en el sillón contiguo al
aparador ochavado. Tenía los ojos cerrados, la cabeza recostada sobre un cojín
y las manos en el regazo sujetando un libro. En el techo, las sílfides parecían
mecerse con los compases de la «Sexta Sinfonía» de Beethoven, que en aquel
momento reproducía la gramola. Creyéndola dormida, me acerqué sigiloso por
miedo a despertarla, pero ella no dormía: seguramente me estaba esperando.
Intuyendo mi presencia, sin siquiera abrir los ojos, comenzó a decirme:
―¿No crees,
Alvarito, que la vida es tan bella y tan corta que no merece la pena perder ni
un minuto de nuestra existencia en riñas y confrontaciones? ¿Has podido
aprehender en estos días de vacaciones siquiera una parte de toda la belleza
que dimana de la naturaleza? Dicen que un hombre es tanto más sabio cuanto
mayor es su capacidad para captar esa belleza y hacerla suya. Escucha con
atención esta sinfonía y podrás percibir con qué sensibilidad Beethoven expresó
los sentimientos que le inspiraba la vida campestre. Luego, si lo deseas, la
escucharemos de nuevo, y quiero que concentres la atención en el segundo
movimiento, en donde se describe una escena junto al arroyo, algo muy parecido
a lo que Jeremías, Tinín y tú habéis vivido esta mañana en el regato. Salpicando los
compases de la melodía, se pueden apreciar los cantos del ruiseñor, la codorniz
y el cuclillo en un pasaje verdaderamente delicioso que te llenará de paz
interior. Hijo mío: cuando el alma se encuentra en este estado, no caben los
enfados, iras ni rencores, y es absolutamente impensable el insulto, y menos
hacia tu hermano.
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Inteligente mujer, gran enseñanza le dió a Alvarito. Excelente capítulo
ResponderEliminarLo mismo opino yo, Alie. Agradecido por recibir tu comentario, recibe mis saludos.
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