NIEVE DE ENERO
Cuando nieva, el tiempo parece
entretenerse
sin querer avanzar.
A ritmo de vals,
bailan los copos de nieve,
dubitativos antes de tomar tierra;
esta tierra en la que desaparecerá,
más pronto que tarde,
la aventura que partió de nubes algodonosas,
una mañana, a finales de enero.
Nieva sobre los blancos almendros y
sobre el negro asfalto de la ciudad.
Cada vez que nieva, sin poderlo evitar,
siento un retroceso temporal a la
infancia.
En el recuerdo, los copos tenían
la blancura total de la inocencia
primera,
se moldeaban a impulsos de manos
inexpertas,
volaban prestos buscando el objetivo
de un compañero de juegos
y, finalmente, abandonados, se desvanecían
envejecidos en pequeñas montículos,
hasta su completa desaparición.
Hoy, la nieve me traslada al momento
pasado
de la blancura impoluta, aquella que
nunca debí perder
con el paso de los años; aquella que era
blancura fugitiva, sin reparar,
que acabaría ennegrecida
esperando el fatal deshielo.
Fotografía:
Joaquín de Jáudenes Ortuño.