PASAJES DE “CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA” (108)
CAPÍTULO
X
La
Ambición
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Mi padre se quedó un poco sorprendido por los
nombres nada comunes de la familia de don Augusto, aunque en su interior alabó
el cambio que habían sufrido en aras de parecer distinguidos y más propios de
gente acomodada. Pero éstas eran cuestiones menores; lo que verdaderamente le
importaba era establecer lazos más consistentes con los Ripollezo, teniendo en
cuenta que, sobre la base de su fortaleza económica, alguno de sus hijos podía
mitigar el dolor de Margarita, disgustada por la ruptura con Nacho, de la que
se sentía de alguna manera culpable. Y comenzó su plan, comentando un día,
durante la comida, que el destino le había proporcionado la ocasión de conocer
a un poderoso industrial que, habiéndose instalado en Valladolid, carecía de
amistades.
―Yo, naturalmente, me he ofrecido para introducirle
en el grupo de nuestras selectas amistades, porque lo considero la más elemental
de las obras de caridad, ¿no te parece, Consuelo? De manera que he quedado
citado con don Augusto y su mujer, para esta misma tarde ―dijo, sin haber
consultado sobre la conveniencia de esta cita nada más que con el cuello de su
camisa.
Mi madre quedó un poco extrañada de que su marido, tan escrupuloso en hacer nuevas amistades sin conocer previamente su currículo, sugiriera tan repentinamente incluir en el grupo de sus amigos a uno que había conocido como cliente y que, aparte de estar al tanto de su fortuna, no poseía más datos. Pero creyendo que el corazón de su marido se movía por una buena causa, asintió y consintió en acudir aquella misma tarde al Círculo de Recreo, donde conocería al nuevo matrimonio, dispuesta a ganarse el Cielo con tal de no disgustarle.
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