jueves, 20 de marzo de 2025

 PASAJES DE “LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS” (108)

CAPÍTULO VII

Se acerca la Fiesta

 

 

…………………………………….

Acto seguido, dando la mano a Tinín, Jeremías nos urgió:

―Tenemos que darnos prisa porque dentro de un rato los mozos van a pedir al alcalde los toros y eso de ninguna manera me lo puedo perder. Vamos a las eras de arriba y así les vemos venir ―ordenó tajante.

Andando a la carrera, me faltó tiempo para preguntarle:

―¿Se puede saber por qué has mentido? Que yo sepa, tú no nos has comprado las almendras ―dije cabreado.

Casi sin mirarme, me contestó, evidenciando el complejo con el que convivía:

―Si tuviera la seguridad de que mi tío me lleva con él a Francia, no hubiera dicho nada, pero… ¿Y si me quedo en el pueblo? Al menos, el Chimenea contará a mis amigos que os he invitado y me iré quitando la fama de pobretón que me acompaña.

Llegar a las eras de arriba fue tarea imposible. Sólo pudimos recorrer media calle, hasta darnos de cara con una multitud vociferante que nos cerraba el paso.

―¡Vamos! ¡Subid rápido a la ventana del Parranda, que nos atropellan! ―gritó Jeremías, cogiendo a Tinín en brazos.

Como pude, me agarré a la verja de la ventana, sujetándome a la forja con brazos y piernas, para no desgraciarme. Desde tan privilegiada situación, vi acercarse una comitiva encabezada por un hombre que, apoyándose en el bastón, retorcía su cuerpo al andar a causa de una gran cojera, flanqueado por dos números de la guardia civil que le iban despejando el camino. Detrás de ellos, a escasos diez metros de distancia, los mozos y no tan mozos se divertían en una bulla impresionante al ritmo que marcaban las charangas, bailando mientras cantaban: «Tengo yo una ovejita lucera…» para de repente, siguiendo las consignas de Pepe el Colmenero, unir sus voces coreando: «Alcalde, tacaño, para toros los de antaño» que alternaban con otro eslogan menos edificante: «No atendemos a razones: ¡los toros por cojones!». Desafiantes, gritaban empleando un tono amenazante, insinuando con gestos inequívocos querer vapulear a los guardias y al cojo, mostrando al personal hoces y tornaderas. Pero, nada más lejos de la realidad: únicamente escenificaban, como cada año, un ritual ancestral que no conseguía alterar al hombre de la cachava, sabedor de que las amenazas eran una farsa; por eso, tranquilo y sonriente, cumpliendo con la tradición y el protocolo, saludaba a diestro y siniestro a cuantos encontraba a su paso, mientras los perseguidores se refrescaban continuamente, levantando la bota o bebiendo a morro de calderos con limonada.

―¡Corre cojo que te linchan! ―gritó Jeremías, elevando la aguda voz sobre la algarabía, cuando la cabecera de la comitiva pasaba a nuestro lado.

Se ve que el hombre, a pesar del griterío, debió oír a mi primo porque, sin perder la sonrisa, le contestó blandiendo la cachava:

―¡Ay si te agarro, mecagüen chico!

Y continuó el recorrido, como si nada hubiera pasado, repartiendo saludos mientras alzaba la mano o el bastón, dependiendo del pie que en ese momento tocara suelo.

                                                                                 ……………………………

2 comentarios: