LOS DESVELOS DE UNA MADRE
Las siete. Me levanto sin pegar ojo en toda la noche. ¡Este hijo...! Está visto
que hasta que no suene el “Pobre de mí”, me pasaré las noches en vela, rosario
en mano.
Comienzo los cinco
Misterios...
Las siete y media. Un Misterio más, que son seis los morlacos...
Las ocho menos cuarto. Otro Misterio para que los cabestros esquiven
las montoneras...
¡La caja de cerillas!
¿Dónde he puesto las cerillas? ¡Mira
dónde están!: al pie del santo. Enciendo la vela que alumbra a mi san Fermín.
Tenía que haberlo hecho antes, pero estoy aturdida y la cabeza no da para más.
Van a dar las ocho. Tiemblo...
Las ocho. ¡El chupinazo! Vuelvo al rosario. Otro Misterio. Éste para
Las ocho y cuarto. ¿Cuándo llamará este hijo?
Suena el teléfono.
—Madre: ¡que estoy
vivo! (Risas). Ahora me voy con la cuadrilla a almorzar. Te quiero, vieja.
Agur.
Yo no almuerzo. Apago
la vela, guardo el rosario y me meto en la cama. Gracias san Fermín, hijo —le
digo—, y me quedo dormida.
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