jueves, 16 de octubre de 2025

 

PASAJES DE”LAS LAMENTACIONES DE MI PTIMO JEREMÍAS” (111)

CAPÍTULO VII

Se acerca la Fiesta

 

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Una atronadora salva de aplausos, impidió al alcalde seguir leyendo, mientras gorras y sombreros se lanzaban al aire. Pepe, el Colmenero, muy en su papel de animador, dirigió el coro de voces agradecidas, entonando el tan socorrido: «Como don Sebas, no hay ninguno. Don Sebas. Don Sebas. Don Sebas es cojonudo. Como don Sebas…» Después de repetirlo varias veces, hasta que el pueblo entero quedó convencido de la capacidad testicular del alcalde, éste pudo continuar su proclama:

―«…Mañana al amanecer, los componentes de la Comisión de Fiestas acudirán a la mencionada dehesa para recoger el ganado, que deberá encerrarse en los corrales de Fulgencio, antes del comienzo de la Santa Misa, donde permanecerá hasta las cinco de la tarde, hora en que comenzará el festejo ―hizo una pausa, para terminar―. Firmado: Sebastián Covatilla, alcalde».

Los aplausos y un ruido ensordecedor acogió las últimas palabras de la autoridad, el cual, muy satisfecho por la acogida que había tenido el manifiesto, no dejaba de saludar desde el balcón, dándose un baño de multitudes. Junto a él, como fieles escuderos, el Mecagüen, el Entrepierna y el Veo Doble también saludaban, buscando con la mirada más que la aprobación del público, quien en esos momentos se había olvidado de pasarles la bota.

Desde el balcón de María, la Perdiz, el tío Caparras, nos dio su particular visión del acto:

―«La pedida» es una pura pantomima. Cuando de verdad se pidieron los toros fue hace quince días. Entonces sí que hubo voces entre los que querían toros y los que deseaban emplear el dinero en ampliar las escuelas. Ya se ve por el resultado, que han ganado los primeros ―luego, dirigiéndose a mi primo, le dijo:

―Jeremías: si puedes, vete con tu tío a Francia; ya te he dicho varias veces que éste es un pueblo de ignorantes.

―Sí, Caparras, pero si no es por los toros, mi padre no sale en las «afotos»…

―¡Qué «jodío» muchacho! ―respondió el anciano, palpándose el chaleco hasta sacar de él la petaca y el librillo de papel.

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