PASAJES DE
"CÉCILE.AMORÍOS Y MELANCOLÍAS..." (26)
CAPÍTULO IV
La
Compasión
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Aquella tarde-noche fue una de las más
felices de mi vida. Anduvimos por distintas calles, mirando escaparates,
riéndonos sin motivo aparente ante cualquier comentario. Nos parecía la ciudad
más divertida que nunca y descubrí un Daniel que para nada era el chico serio y
reflexivo que me había presentado el Padre Oquendo. Para colmo, casi a la hora
de recogernos, Daniel me invitó a un garito del que yo desconocía su
existencia.
―Vamos a tomar una bebida buenísima que
sólo se puede encontrar en un bar cerca de mi casa; la acompañan con pastas de
Portillo para que no se suba a la cabeza. El que prueba, repite ―me aseguró.
Así fue como degusté por primera vez
los “penicilinos”, y además por partida doble, pues era lo mínimo que debía
hacer para corresponder a su invitación. Pese a las pastas, noté como la cabeza
se me cargaba y me despedí precipitadamente de él para que no notara que me
estaba mareando. Estaba deseoso de alcanzar mi casa y mi cama.
―He comido algo con Daniel y no voy a
cenar ―fue lo primero que dije nada más que tata Lola me franqueó la puerta, y
me fui a la cama.
Hacía tiempo que no ocurría, pero
aquella noche mi madre tocó con los nudillos la puerta, pidiéndome permiso para
entrar. Se sentó a los pies de la cama y me dijo:
―Estoy orgulloso de ti. Sé que Petra
está con nosotros gracias a tu mediación y este gesto lo aprecio más que todos
los exámenes que no has conseguido aprobar o tus faltas continuas de atención
en clase. Este es el camino que debes seguir, aunque te ruego que en adelante
cuides las formas. Tu padre, con sus defectos, es tu padre y debes decirle las
cosas con educación y respeto.
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¡Cuantos recuerdos del penicilino! Cierto que algo se subía a la cabeza.
ResponderEliminarCierto Areños. Pero en aquella época ¿Acaso teníamos cabeza?
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