PASAJES DE"CÉCILE. AMORÍOS Y
MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (61)
CAPÍTULO X
La Ambición

Todo mi ser vibró emocionado aquella mañana de sábado cuando llamé al timbre de los Casarell-Dupont, dispuesto a recibir mi clase de francés. Estaba esperanzado con la posibilidad de poder ver a Cécile y saludarla. Y así sucedió... Percibí primero el retumbar de sus saltarines pasos sobre la tarima, antes de que me franqueara la puerta y se abalanzara sobre mí para abrazarme y besarme con cierta precipitación, temerosa de que alguien de su familia apareciera de improviso. “¡Mamá, mamá, ha llegado Álvaro!” anunció, introduciéndome en el salón.
Madame Stéphanie me recibió con la delicadeza acostumbrada, y tras abrazarme, creyó oportuno no impartir clase aquel día, cediendo el protagonismo a su hija. Nos dejó a solas en la estancia mientras ella desaparecía, pretextando una jaqueca que me pareció ocasionalmente inventada.
El tiempo pareció detenerse cuando, sentados en el sofá frente a frente, permanecimos mirándonos sin pronunciar palabra. Notábamos únicamente el roce de nuestras manos juguetonas, buscándose torpemente sin acertar siquiera a entrelazarse. La mirada azul de Cécile me traspasaba, trasladándome a un mundo ideal, soñado, que sólo alcanzaba a vislumbrar cuando estaba a su lado o cuando la imaginaba, en la soledad de mi habitación, y la luminosidad de sus pupilas inspiraba mis composiciones poéticas. Ella no apartaba su vista de mi cara, sonriendo con la ternura y la plenitud de quien en ese instante es inmensamente feliz. La candidez que emanaba de su rostro era un soplo etéreo capaz de borrar de mi mente las incertidumbres, los miedos, las inseguridades, los celos, las oscuridades... Todo, absolutamente todo lo negativo que se había acumulado en mi ser por experiencias nefastas, desaparecía de repente empujado por ese soplo que percibía como una suave brisa de amor. ¡Ojalá la hubiera conocido antes!
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