LA VENDIMIA
Cada año, esperábamos, expectantes,
los días previos al comienzo de la
vendimia.
Las vides alineadas
parecían aguardar, impacientes,
aliviar el peso de tanto racimo,
mientras el graznido de los cuervos
presagiaban el final de suculentos banquetes...
Tú y yo nos embarcábamos en la aventura
de ir de acá para allá robando de
las cepas
el fruto de su sustancia, entre
hojas de fuego;
como un juego, al fin y al cabo,
hasta
que el cuerpo aguantara.
Después vendría lo mejor:
arreglarnos con vestidos de fiesta,
la cena, el baile, la diversión...
Bebíamos el néctar de otras añadas
con sabor a roble, ese sabor
que paladeábamos sorbo a sorbo sin
descanso,
hasta
encontrarnos a solas en la habitación.
Placer y vino refrescaban nuestras
bocas
encendidas por el deseo,
ansiosas de aspirar la una de la
otra
el jugo más preciado
de
la existencia ajena.
Al amanecer, una sensación
inenarrable
recorría los cuerpos agotados
ensoñando que así sería nuestra
vida:
beber a tragos prolongados
el vino de otra añada, viendo desde
la ventana
el zumo de la vida encapsulado,
sin conceder un minuto de tiempo
a que el sentimiento elaborara
desde el dulce mosto,
el recio sabor del amor profundo.
Fotografía
de Gloria Valbuena
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