
Como el primer vuelo salía a
las once de la mañana, tuve que darme prisa en preparar el equipaje sin que a
ciencia cierta supiera si la estancia en la ciudad holandesa iba a ser cuestión
de horas o de días. ¡Así es como me había acostumbrado a vivir, después de
aceptar trabajar en una gran Empresa!
Con un frugal desayuno y un
maletín de mano que siquiera tuve que facturar, accedí al Boeing 737 que habría
de llevarme al país de los tulipanes. El asiento se encontraba en la cola del
avión y era una butaca de pasillo. Con seguridad, uno de los últimos billetes expedidos
por la Compañía de aviación esa misma mañana.
Tuve suerte al tener por
compañera de viaje a una bella mujer de piel tostada y ojos de ensueño que
resaltaba el encanto de su rostro al estar enmarcado por un hijab de color
crema. La saludé cortésmente y le ofrecí cambiarle el asiento por si en el mío
se encontraba más cómoda. Con una amplia sonrisa declinó mi ofrecimiento y
continuó impertérrita como una esfinge bañada en su resplandeciente maquillaje.
Un sutil y embriagador perfume de esencias orientales aromatizaba el ambiente
mientras el avión se elevaba majestuoso sobre Madrid. Hierática y misteriosa
permaneció unos minutos, hasta que el nerviosismo sacudió su frágil cuerpo
cuando desde la megafonía nos avisaron de que nos ajustásemos de nuevo el
cinturón de seguridad porque entrábamos en una zona de turbulencias.
La confirmación del aviso no se
hizo esperar y pronto nos vimos sacudidos y zarandeados de tal manera, que el pesado
monstruo metálico se inclinaba alternativamente hacia ambos lados de manera
reiterada, a la vez que se elevaba para luego descender bruscamente. Se
escucharon los primeros gritos, mientras desde mi privilegiada situación vi
cómo varios pasajeros juntaban las cabezas al tiempo que enlazaban sus cuerpos.
Mi bella acompañante se tapaba
el rostro con las manos extendidas mientras recitaba oraciones que intuí serían
versículos del Corán, mientras que por mi cabeza pasaban fugaces imágenes de mi
niñez, del rostro apacible de mi madre y del panteón familiar con flores que
exhalaban el perfume de mi acompañante.
De improviso, la mujer, presa
de un ataque de ansiedad, buscó refugio en mi pecho como si el pudor mostrado
hasta ese momento hubiera desaparecido por arte de magia. Así, abrazados,
permanecimos un largo rato hasta que el avión se estabilizó y ella recobró su
compostura. "Alá es grande"—dijo ella en perfecto castellano. ¡Dios
mío, creí que nos matábamos!—exclamé persignándome. El hielo se rompió entre nosotros,
y hasta tomar tierra, entablamos una conversación que tuvo como principal tema
el hecho de que en los momentos de peligro habíamos solicitado la ayuda de un
mismo Ser Superior al que invocamos bajo distinto nombre.
Nos despedimos en el aeropuerto
con un fuerte abrazo. Observé con nostalgia cómo su delicada figura se
alejaba para, con toda seguridad, no volvernos a ver jamás.
Antes de llegar al hotel,
recibí una llamada de mi jefe: "Espero que hayas tenido un buen viaje.
Acabo de enviarte el dossier. Actúa con cautela y ¡suerte!
"Sí. He tenido un buen
viaje—respondí con sorna—. Me siento más vivo que nunca". Y colgué.
Durante algún tiempo, mi
chaqueta quedó impregnada con la peculiar esencia oriental y en mi mente
también quedó impresa la imagen de una bella mujer musulmana.
El viento acercó dos mundos, dos almas diferentes e igusles.. besos
ResponderEliminarEl viento es caprichoso, vientodecaliope. Une y separa a su antojo, pero siempre se le espera para que su brisa nos acaricie de nuevo. Felices días de viento y brisa acariciadora. Muchos besos.
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