domingo, 6 de octubre de 2019



                     VUELO MADRID- ÁMSTERDAM

La melodía del móvil sonando a una hora intempestiva me desveló en la madrugada. Por el tono, sabía que la llamada procedía de la Empresa en donde trabajaba y también conocía que cuando mi jefe me requería a hora tan temprana, era porque algún asunto importante le apremiaba. No me equivoqué. Del otro lado del celular escuché una voz ronca que me conminaba: “Tienes que viajar a Ámsterdam urgentemente. Ya sabes, GRESSON & CO. nos ha llamado para un negocio que puede ser interesante” “¿Tan interesante como para que tenga que desplazarme en viernes?”—pregunté por preguntar. “¡Claro! —respondió mi jefe—Si no, no te hubiera molestado. Ahora te estoy preparando un dossier con las instrucciones. Lo recibirás en cuanto puedas hacer uso del portátil. Buen viaje”.

Como el primer vuelo salía a las once de la mañana, tuve que darme prisa en preparar el equipaje sin que a ciencia cierta supiera si la estancia en la ciudad holandesa iba a ser cuestión de horas o de días. ¡Así es como me había acostumbrado a vivir, después de aceptar trabajar en una gran Empresa!

Con un frugal desayuno y un maletín de mano que siquiera tuve que facturar, accedí al Boeing 737 que habría de llevarme al país de los tulipanes. El asiento se encontraba en la cola del avión y era una butaca de pasillo. Con seguridad, uno de los últimos billetes expedidos por la Compañía de aviación esa misma mañana.

Tuve suerte al tener por compañera de viaje a una bella mujer de piel tostada y ojos de ensueño que resaltaba el encanto de su rostro al estar enmarcado por un hijab de color crema. La saludé cortésmente y le ofrecí cambiarle el asiento por si en el mío se encontraba más cómoda. Con una amplia sonrisa declinó mi ofrecimiento y continuó impertérrita como una esfinge bañada en su resplandeciente maquillaje. Un sutil y embriagador perfume de esencias orientales aromatizaba el ambiente mientras el avión se elevaba majestuoso sobre Madrid. Hierática y misteriosa permaneció unos minutos, hasta que el nerviosismo sacudió su frágil cuerpo cuando desde la megafonía nos avisaron de que nos ajustásemos de nuevo el cinturón de seguridad porque entrábamos en una zona de turbulencias.

La confirmación del aviso no se hizo esperar y pronto nos vimos sacudidos y zarandeados de tal manera, que el pesado monstruo metálico se inclinaba alternativamente hacia ambos lados de manera reiterada, a la vez que se elevaba para luego descender bruscamente. Se escucharon los primeros gritos, mientras desde mi privilegiada situación vi cómo varios pasajeros juntaban las cabezas al tiempo que enlazaban sus cuerpos.

Mi bella acompañante se tapaba el rostro con las manos extendidas mientras recitaba oraciones que intuí serían versículos del Corán, mientras que por mi cabeza pasaban fugaces imágenes de mi niñez, del rostro apacible de mi madre y del panteón familiar con flores que exhalaban el perfume de mi acompañante.

De improviso, la mujer, presa de un ataque de ansiedad, buscó refugio en mi pecho como si el pudor mostrado hasta ese momento hubiera desaparecido por arte de magia. Así, abrazados, permanecimos un largo rato hasta que el avión se estabilizó y ella recobró su compostura. "Alá es grande"—dijo ella en perfecto castellano. ¡Dios mío, creí que nos matábamos!—exclamé persignándome. El hielo se rompió entre nosotros, y hasta tomar tierra, entablamos una conversación que tuvo como principal tema el hecho de que en los momentos de peligro habíamos solicitado la ayuda de un mismo Ser Superior al que invocamos bajo distinto nombre.

Nos despedimos en el aeropuerto con un fuerte abrazo. Observé con nostalgia cómo su delicada figura se alejaba para, con toda seguridad, no volvernos a ver jamás.

Antes de llegar al hotel, recibí una llamada de mi jefe: "Espero que hayas tenido un buen viaje. Acabo de enviarte el dossier. Actúa con cautela y ¡suerte!

"Sí. He tenido un buen viaje—respondí con sorna—. Me siento más vivo que nunca". Y colgué.

Durante algún tiempo, mi chaqueta quedó impregnada con la peculiar esencia oriental y en mi mente también quedó impresa la imagen de una bella mujer musulmana.


                                                   


2 comentarios:

  1. El viento acercó dos mundos, dos almas diferentes e igusles.. besos

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  2. El viento es caprichoso, vientodecaliope. Une y separa a su antojo, pero siempre se le espera para que su brisa nos acaricie de nuevo. Felices días de viento y brisa acariciadora. Muchos besos.

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